los arquellada
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Proseguimos nuestro recorrido por la evolución histórica de la familia hidalga de los Arquellada con Alonso Pérez de Arquellada, que heredó en 1732 de su padre, Francisco José de Arquellada Berrio, los cargos de escribano público, del cabildo y de la Santa Hermandad, lo que le hacía uno de los personajes más influyentes de la Dos-Hermanas del siglo XVIII.

Nacido en nuestra villa a finales del siglo XVII, tuvo, igualmente, un patrimonio nada exiguo compuesto por dos casas consecutivas en la calle de la Marea, una estacada de olivar, una pieza de tierra de secano situada en el ruedo inmediato a la villa, y tuvo en arrendamiento (1753-1761) el cortijo de Las Gordillas y Pozo Morisco, y sus tierras de pan sembrar, que tenían una extensión aproximada de 249 aranzadas. Cerraban su hacienda varias cabezas de ganado (un caballo domado, nueve bueyes de arada, ocho vacas de vientre, seis yeguas también de vientre, y, finalmente, dos jumentas).

Ni contrajo matrimonio ni tuvo descendencia, por lo que fue sucedido en la escribanía pública por su sobrino Francisco José de Rivas, hijo de su hermana Beatriz de Arquellada Berrio. Curiosamente, sería este Francisco José de Rivas (no confundirlo con el presbítero del mismo nombre, destacado miembro de la familia hidalga de los Rivas), quien actuaría como cabeza de los Arquellada en la segunda mitad del siglo XIX, pues ninguno de los demás miembros de esta familia tuvo el patrimonio e influencia de Francisco José de Rivas, que residió en los Cuatro Cantillos, en el edificio donde se encontraba el desaparecido mirador.

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Contrajo matrimonio con María Teresa de Castro y Criado, hija, por cierto, de Juan Baltasar de Castro (otro personaje relevante de la Dos-Hermanas dieciochesca) y hermana del conocido fray Isidoro de Castro. Ambos tuvieron tres hijas que ni heredaron su escribanía pública ni la «jefatura» de la familia Arquellada. Ésta pasaría a su muerte a otra rama, la que descendía de Cristóbal de Arquellada Berrio (†1774) y Ana Díaz Hidalgo (†1781). Un hijo de éstos, Cristóbal de Arquellada Díaz (1743-1811), ejerció como cabeza de los Arquellada nazarenos desde la muerte de Francisco José de Rivas en 1800 hasta que falleció en marzo de 1811. Este personaje, que fue subdelegado de la Serrezuela (1805-1811), tuvo un gran poder económico. Tanto es así que su entierro se celebró con gran pompa y boato.

Partida de enterramiento

Según se puede leer en su partida de enterramiento, se tocó la esquila de la parroquia «desde que murió hasta el último responso de sepultura», y el párroco, Alonso Joaquín de Rivas, cantó responso solemne en la casa mortuoria con asistencia de las hermandades de la villa. Del mismo modo, a su entierro asistieron las hermandades del Santísimo Sacramento y de las Ánimas Benditas, los capellanes de la parroquia y doce sacerdotes «que vinieron de la ciudad de Sevilla, todos los cuales cantaron la vigilia y en el ínterin salieron de dos en dos a decir misa; y se siguió la misa mayor con vestiduras y después procesión claustral cantando el Benedictus hasta la sepultura». Se apunta, igualmente, el itinerario del traslado del cadáver de Cristóbal de Arquellada: «fue por la Plazoleta a la cruz de la calle del Pinar, que llaman de Tía Torre, de allí a los Cuatro Cantillos a la calle Caravar (actual calle Lamarque de Novoa), a la iglesia».

Cristóbal de Arquellada murió sin descendencia (no contrajo tampoco matrimonio) y sin haber otorgado testamento. Al poco, su sobrino carnal Juan Nepomuceno Muñoz y Arquellada, quien desde 1800 era escribano público y del cabildo de Dos-Hermanas, inició los trámites para que fuese declarado su heredero, lo cual sucedió en abril de 1811 (véase la celeridad). Otro sobrino carnal de Cristóbal llamado Francisco de Arquellada, que tenía los mismos derechos que Muñoz, no pudo acceder a la suculenta herencia, pues carecía de los medios económicos para emprender un pleito. Nada pudo hacer frente al poderío de Juan Nepomuceno Muñoz, quien ejercería como cabeza de los Arquellada hasta su muerte, acaecida en 1819.

Con él se puso fin a la etapa de esplendor de los Arquellada de Dos-Hermanas. Su patrimonio quedó repartido entre sus numerosos hijos, mientras que el resto de las ramas de la familia (que no poseían los bienes y la influencia de otros tiempos) emparentaría con humildes familias de jornaleros.

Foto del mes
En esta ocasión traemos esta curiosa fotografía publicada en la Revista de Feria de 1929 y que muestra el aspecto de las obras del mercado de abastos, destacando las dos torres miradores de su fachada principal. La primera piedra se había colocado el 4 de junio de 1928, asistiendo al acto el gobernador civil de Sevilla, Cruz Conde, y fue la prestigiosa Fundición «San Antonio» de Sevilla la encargada de realizar el gran armazón de hierro del edificio. Las obras, por diversos motivos que no vienen ahora al caso, se prolongaron hasta 1932, ya en tiempos de la II República.

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