El cementerio de San Pedro en 1909

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cementerio de san pedro

A principios del siglo XX, el mal estado que presentaba el cementerio de San Sebastián unido al hecho de que se encontraba ya casi en el interior de propia población, hacían necesario la construcción de otro nuevo, el cementerio de San Pedro, que debía estar más alejado. Ya en 1898, bajo el mandato del alcalde Baena de León Izquierdo, hubo un intento de edificar un nuevo camposanto. Sin embargo, los conflictos políticos en los que se vio envuelto el consistorio nazareno impidieron materializar el proyecto.

Pasado el tiempo, en 1906 la situación se había vuelto insostenible. En la sesión de 13 de junio de aquel año, se leyó un oficio enviado por el médico Federico Caro (a la sazón inspector local de sanidad) en el que denunciaba “las pésimas condiciones en que se encuentra el cementerio católico de la localidad, el inminente peligro que constituye por estar enclavado en el interior de la población y la necesidad urgentísima de que se proceda a la apertura de uno nuevo que reúna las condiciones establecidas por la ley”. Justo un mes más tarde, el concejal Ávila Ramos pidió al alcalde, Francisco Valera García, que “le diera noticias acerca de lo que hubiera respecto de la construcción de un nuevo cementerio si de tal pueda calificarse un pedazo de terreno cercado por una tapia que es lo que hasta ahora existe, es propiedad particular del señor Cura Párroco, que lo construye a su costa”.

En efecto, en 1903, el entonces párroco de Santa María Magdalena, Antonio Romero Montes, adquirió por 4.000 pesetas un terreno de 13.252 metros cuadrados “lindante con el camino llamado de Quintos y vulgarmente de Las Norietas”, con el fin de construir allí, por su cuenta, un nuevo camposanto, ya que el consistorio nazareno, al carecer de fondos, no podía hacerlo. El dinero para la adquisición de la finca procedía de la venta de otros terrenos colindantes con el viejo cementerio.

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Asimismo, Romero Montes mandó levantar varias edificaciones, todo a su costa. Y en la sesión de 10 de octubre de 1906, se leyó una carta enviada por el párroco, en la que manifestaba estar dispuesto a ceder a la villa el pleno dominio del terreno, acordándose por parte de los capitulares, estudiar el ofrecimiento. En ese momento, el Ayuntamiento no mostró excesivo interés por el asunto, pero las numerosas muertes ocurridas a principios de 1907 a consecuencia de varias enfermedades contagiosas, cambiaron el parecer del consistorio. Entonces se vio al viejo cementerio de San Sebastián como un “gran foco” de infección, por lo que ya era urgente la construcción de un nuevo camposanto “a conveniente distancia”.

Así, en marzo de 1907, siendo alcalde interino Francisco Hidalgo Carret, se dio luz verde al ofrecimiento del párroco, y en septiembre de ese mismo año, se dio poder al concejal Aguilar para que otorgase, en nombre del Ayuntamiento, la correspondiente escritura pública de adquisición de los terrenos.

No obstante, no se pudo hacer, porque según la legislación vigente los ayuntamientos no tenían potestad para ello sin Real Licencia. De este modo, en febrero de 1908 (nótese la lentitud del proceso) se acordó que el alcalde enviase una instancia al ministro de la Gobernación para recibir esa licencia, que llegaría a mediados de 1908. Para esas fechas, la impaciencia por abrir el nuevo cementerio era patente en el vecindario. Tanto es así que, en octubre de aquel año, varios vecinos de la villa, encabezados por Antonio Claro de Dios, pidieron al Ayuntamiento la inmediata clausura del cementerio viejo y la apertura del nuevo.

Para febrero de 1909, las obras del nuevo cementerio estaban concluidas, solo quedaba la inauguración. Dado que el consistorio, como ya hemos apuntado, carecía de fondos, esas obras fueron costeadas por los Hijos de Ybarra, Armando de Soto Morillas, José de Pando, José Dunipe, Fernando González e Ibarra, José Lissén, Julián de Cos, Gómez Varela y Compañía y Juana González, viuda de Alpériz (todos ellos, salvo la última, grandes dueños de almacenes de aceitunas).

La inauguración y bendición del cementerio de Dos-Hermanas tuvo lugar el día 2 de julio de 1909, acudiendo al acto el consistorio en pleno, con su alcalde (ahora, Juan Manuel Gómez Claro) a la cabeza, las demás autoridades locales y representación de los vecinos que dieron donativos para las obras. Al estar cerca la festividad de San Pedro (29 de junio), se acordó bautizar al camposanto con el nombre del Príncipe de los Apóstoles. Y el día 3 de julio se realizó “la primera inhumación, a cuyo cadáver se había concedido funeral y sepultura gratis, siendo acompañado por una comisión del Ayuntamiento”. Aquella primera inhumación fue la de Antonio Cebador Jurado, que había fallecido a los 80 años.

En esas fechas, vivían en el cementerio Francisco Jurado Jiménez (que trabajaba allí como guarda y encargado), su esposa María Mejías Gómez, y sus hijos, Francisco, María, José, Patrocinio, Virtudes y Antonio Jurado Mejías. Curiosamente, Francisco Jurado era también el que cuidaba de un pequeño olivar que formaba parte del cementerio, por eso se le cedía la aceituna que allí se recolectaba.

El camposanto nazareno fue ampliado en varias ocasiones, la primera de ellas en mayo-junio de 1923, y la última en los primeros años del presente siglo, dándole el actual aspecto.

FOTO DEL MES. Traemos a esta sección esta magnífica fotografía, que ya fue publicada en el interesante libro Dos Hermanas. Ayer y Hoy de David Hidalgo. Se trata de una de las pocas fotografías que se conservan de la nave y torre del molino de la desaparecida hacienda del Lanero, que estaba ubicada en la calle Romera (de hecho, la torre daba a esa vía). A la izquierda podemos apreciar la torre-mirador de la casa de don Manuel Andrés Traver, y, a la derecha, el amplio patio de la hacienda. Llama mucho la atención las caprichosas formas de la torre del molino. La fotografía es de marzo de 1966, y pocos años después se procedió al derribo de la hacienda.

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