Es esta la tercera colaboración entre el director Jason Reitman y la guionista Diablo Cody, tras esas grandes obras que eran Juno y Young adult. Ambas coinciden en desarrollar tramas protagonizadas por mujeres fuertes, metidas de lleno en procesos de crisis.
Sus historias son dramas salpicados con toques de humor para aligerar el dolor de los problemas que sufre. Y en este tercer encuentro entre ambos, la cosa no es diferente. Para ello, echan mano (como en la anterior ocasión) de una portentosa Charlize Theron que, al igual que hiciera en Monster (por la que ganó su único Oscar), se ‘afea’ engordando considerablemente, y manteniendo intacto su talento.
Marlo, a sus cuarenta años, se siente frustrada y agotada. A punto de dar a luz, con otros dos hijos, uno de ellos con problemas escolares por padecer cierto nivel de autismo, un marido que trabaja a destajo y cuando está en casa pasa el tiempo jugando a la videoconsola, siente que ha perdido la libertad y la alegría de su juventud. Su hermano, con una mejor economía, al verla tan agotada, le regala una niñera nocturna, para que se ocupe del nuevo bebé mientras ella puede dormir.
Estados Unidos, 2018 (96′)
Dirección: Jason Reitman.
Producción: Diablo Cody, A.J. Dix, Helen Estabrook, Aaron L. Gilbert, Beth Kono, Mason Novick, Jason Reitman, Charlize Theron.
Guión: Diablo Cody.
Fotografía: Eric Steelberg.
Música: Rob Simonsen.
Montaje: Stefan Grube.
Intérpretes: Charlize Theron (Marlo), Mackenzie Davis (Tully), Mark Duplass (Craig), Ron Livingston (Drew), Asher Miles Fallica (Jonah), Elaine Tan (Elyse), Lia Frankland (Sarah), Colleen Wheeler (Dra, Smythe), Gameela Wright (Laurie).
Aunque Marlo parece reticente en un principio, al considerarlo una extravagancia de nuevo rico, pero el cansancio acaba por hacerla ceder. Así, aparece en escena Tully, una joven liberal y energética que no solo se ocupa del bebé, sino que le recoge la casa, le prepara muffins y le hace la vida mucho más fácil. Pese a la diferencia generacional, entre ambas se genera un fuerte vínculo, que las une de modo inesperado.
La película funciona porque transmite verdad, por la química entre las dos protagonistas (Theron y Mackenzie Davis), y por hablar de modo realista de temas que normalmente se mantienen ocultos en el cine, como la depresión postparto, las inseguridades físicas que genera en la madre y la sensación de haber dejado de ser, de preocuparse por, una misma. Y también por mostrar el día a día de la maternidad de modo nada glamouroso, con lloros, falta de horas de sueño, juguetes tirados por el suelo y pizza congelada para cenar.
El guion de Diablo Cody, que se basó en una experiencia propia para desarrollar la idea de partida de la cinta, reflexiona con un futuro duro para su hija solo por ser mujer: “las mujeres no sanan, por eso usamos tanto maquillaje”, le dice Marlo a Tully después de una pelea de ésta con su amiga. Habla, así, de heridas, de cicatrices, sobre todo emocionales. Cody ha creado una obra que se desarrolla con solvencia, mezclando radicalidad con sutileza, la amargura con lo dulce, y lo hace de modo nada condescendiente. Al final pincha un poco con un giro que sorprende a pesar de que quizás sea algo tramposo, pero ello no quita que te enamores de los personajes, de su realidad, de su corazón.