Amor amado

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(Mateo 6,24-34) Quien se siente amado no conoce la angustia. El corazón abierto al amor profundo todo lo ve con ojos nuevos. La enfermedad, las dificultades, las asperezas de la vida, los propios pecados… Cada nuevo amanecer, cada nueva mirada, cada nueva caricia… Quien se siente amado todo lo recibe sabiéndose asentado en roca firme.

Claro que la enfermedad angustia. Claro que el no saber cómo pagar las facturas y el tener que depender de la ayuda de los otros preocupa… Sin embargo, saberte amado por ti mismo, en lo más íntimo de tu ser, sin condiciones ni reparos, te da una fuerza que no entiendes y que te empuja a seguir luchando.

El secreto de la vida no está en querer amar a los demás, sino en saberse amado, en dejarse amar. “Amaos unos a otros como yo os amo”, nos dijo el Maestro, y Él bebía de una fuente de amor inagotable. Sin sabernos amados, nuestro amor será débil, tardo y pondrá condiciones. Cuando nos dejamos amar, por encima de nuestros pecados y nuestras virtudes, vivimos en la espontaneidad de quien se siente libre, y miramos la vida fijándonos en los detalles que la hacen única. Cuando nos dejamos amar desatamos a nuestra inteligencia de miedos y obsesiones, liberamos nuestro corazón de la condena de mirarse siempre a sí mismo, encauzamos toda la energía de nuestro cuerpo en la consecución de nuestros mejores deseos.

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Ni la enfermedad, ni el paro, ni los problemas que te están angustiando pueden ensombrecer esta verdad fundamental: “Los pájaros y los lirios del campo son cuidados y embellecidos por el Padre. ¿Y no vales tú, para el mismo Dios, mucho más que todos ellos?”

 

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