El circo sangriento de las corridas de toros debe acabar

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La pasada semana se anunciaba a bombo y platillo y con el visto bueno y aprobación de Pepe Román, como delegado de Fiestas Mayores, la celebración de “una gran corrida de toros” en nuestra ciudad. Desde luego, no es la primera vez, ya que cada vez que se acerca la feria montan una feria con los toros. 

Parece que nuestro Ayuntamiento no se entera de la tendencia de descenso del interés por este espectáculo, cuando no la manifiesta aversión de la inmensa mayoría de la población. Cuando en comunidades como Canarias, donde se ha prohibido las corridas, o en Galicia y Cataluña, donde sólo el 18% de la población manifiesta cierto interés llegándose a plantear hasta el posible cierre de la Monumental de Barcelona. Cuando son numerosas las ciudades españolas que se han declarado como ciudades contrarias a las corridas y amigas de los animales. Cuando el numero de corridas en España (2006 batió record histórico) ha ido en evolución negativa, en nuestra ciudad se abre la caza del toro, haciendo una vez mas cómplice a nuestro pueblo de un espectáculo cruel.

Y no puedo entender la incoherencia de tratar de unir fiesta, cultura con muerte y tortura como forma de diversión aunque se disfrace de tradición. Las corridas de toros son, efectivamente, una tradición centenaria en nuestro país; es así y de esta manera la tenemos que valorar, como una tradición histórica. No obstante, no tenemos que olvidar que cualquier costumbre, conducta, comportamiento, no se puede mantener eternamente por el hecho de ser tradicional, como lo demuestra el hecho que un gran número de prácticas tan tradicionales a lo largo de nuestra historia, como la esclavitud, las ejecuciones públicas, la ablación, la subordinación de las mujeres a los hombres, la misma pena de muerte o la tan nuestra matanza pública del cerdo, están ahora prohibidas por ley. Las corridas de toros tienen que ser parte de nuestra historia, no de nuestro presente.

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Después de la declaración de Barcelona como ciudad contraria a las corridas de toros y del debate que se ha suscitado con respecto a la posibilidad de prohibirlas por ley, es el momento que nuestros representantes políticos también en Dos Hermanas, tienen el derecho y la obligación de ser pioneros en la promoción de los valores positivos a la ciudadanía. Lo que tendríamos que valorar en un político es la valentía de tomar decisiones en conciencia, aunque éstas puedan resultar no gratas en un sector cada vez menor de la población

Por más que alguien pueda considerar artísticas las corridas de toros, los valores fundamentales de nuestra sociedad democrática nos obligan a rechazarlas, para no caer en graves contradicciones. Como dice la Ley, ningún animal debe ser sometido a maltratos, ni a los animales domésticos, ni los animales salvajes. El circo sangriento de las corridas de Toros debe acabar.

 

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