Durante siglos la Historia ha acostumbrado a los pueblos a hacer política con sangre. Hoy nos parece escandaloso. En nuestra reciente historia, la sublevación franquista fue el detonante de la más trágica lucha vivida por nuestro país, España. Probablemente la mayoría de los implicados en la contienda, de alguna manera, tuvieron razones y creencias, convicciones políticas, sociales, económicas o religiosas.
En el primer tercio del siglo pasado fue frecuente solucionar conflictos parciales de forma drástica. En los años de la lucha incivil, que se iniciara en el 36, nuestras gentes se vieron envueltas y sorprendidas en una vorágine de dolor y de sangre sin precedentes. Fue la enajenación de todo un pueblo, cada uno, cada grupo con su locura particular.
Los que ahora reflexionan sobre el conflicto bajan sus cabezas avergonzados de lo ajeno, sensibles y humillados por como se desarrollaron los hechos. Tratan de comprender a todos, asumir y guardar la memoria, para que nunca más vuelva a ocurrir algo semejante.
Muchas fueron las víctimas testigos de sus creencias. Lucharon por lo que consideraron sus valores. Por ellos vivieron y murieron. Si ahora se quiere conmemorar la entereza o el heroísmo, es de justicia que se proclame para todos los que testificaron con sus obras, con sus vidas. Manifiestas nos dejaron sus creencias.
Lo que nunca será bien recibido ni bien recordado es el odio, el rencor, el ajuste de cuentas, la arbitrariedad, la política y la acción de sangre, la defensa de la corrupción, la mentira, la intimidación, la venganza sean cuales fueran sus orígenes.
Para ponderar los valores, no se podrá menos que expirar un suspiro de alivio, porque no todo fue deleznable. Con un dolor en el alma y el corazón acelerado, se manifiesta el respeto y la admiración por las creencias de aquellos de la derecha, de la izquierda, del centro, de los rincones marginales, muy en especial de los políticos y educadores servidores del pueblo, de cuantos buscaron la concordia que no fue posible.
Se equivocaron en el modo los que pretendieron hacer la paz y la justicia con muertos. Y no advirtieron que no es la paz el final de una lucha, sino la suma de mucho bien hacer. Fue una guerra donde no faltaron los ideales, pero también lo fue de pobres y ricos, gentes de una sociedad dividida en estamentos medievales que iniciaban el camino de la modernidad y el progreso, gentes deseosas de futuro que fueron atacadas por el pasado. Sociedad todavía de muchos agresores y agredidos, dominadores y dominados, de paternalistas decadentes que escondían la justicia con la máscara de las beneficencias.
Es honorable traer a la memoria el recuerdo encendido de los hechos nobles que se sucedieron y a sus protagonistas de todos los colores y estamentos. Es honorable que se desagravie a familiares y amigos por el dolor y la muerte de las victimas todas. Víctimas de la injusticia, de la dureza amoral e inhumana.