Vida o rutina

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(Mc. 4, 35-40) 

Tengo la certeza de que la vida de cada persona es un proceso de identificación con la vida y la plenitud de Dios. Tu vida, los avatares que te ves forzado a asumir o las decisiones que voluntariamente tomas te van recreando desde dentro y te va haciendo más sabio, más prudente, más humilde, más cariñoso, más “de Dios”. Todo nos puede hacer descubrir la grandeza y el misterio de lo que nos rodea, el misterio que vivimos cada persona.

Los problemas y dificultades que vivimos por nuestro compromiso cristiano, los gozos y las alegrías de la fe y del amor, todo, nos va haciendo entrar en comunión con el Dios de la historia, con el Señor de la vida.

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Es Cristo quien nos lleva “a la otra orilla”, a no conformarnos con la rutina de las comodidades y las mismas bromas de siempre, con la seguridad mortecina de cuando todo ya lo sabemos. Es Cristo quien nos lleva “a la otra orilla” de querer vivir con la dignidad que da la honradez y la justicia, de enamorarnos locamente, de crear una familia, de vivir nuestra fe auténticamente aunque no nos falten las dificultades. Es “el amor de Cristo el que nos apremia” a crear comunidad donde sólo hay institución, a crear amistad donde sólo hay interés, a vivir amor donde sólo había capricho, a asumir la cruz sin saber dónde vamos a poder llegar.

A veces te angustias ante las tempestades que te vienen por tu compromiso a favor de los niños y los jóvenes, o de los ancianos o los enfermos, o de los presos o las familias más pobres; a veces te angustias por no querer acomodarte al ambiente de consumo y estupidez que te rodea. Eso también es vida, no lo olvides. Lo único que nos hace morir es la rutina del siempre lo mismo hasta hastiarnos y quedarnos vacíos.

¿A qué última aventura te ha lanzado el amor de Cristo?

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