Nada es tuyo

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((Mateo 1, 16-24)-9 Me dices, Rudy, que ya le has dicho a tu novia que quieres bautizarte y, me dices, que se lo esperaba: “Tanto hablar con el cura y tanto ir a la parroquia… mucho estabas tardando.”

A pesar de que ella está bautizada e hizo la primera comunión no es una persona a quien la fe le aporte mucha luz. Eso es, por desgracia, demasiado común. Ahí tienes tu primera tarea como evangelizador y como discípulo de Jesucristo. Sin ser pesado, sin creerte más que nadie, apórtale tu testimonio creyente día a día; expresa, cuando te lo pidan, tus razones para creer; y no dejes que la indiferencia o el anticristianismo del entorno te aleje de Quien será toda tu vida luz en el camino para ti y para tu propia familia.

El amor siempre  es un don, un regalo inmerecido; y la persona que amamos es el don más grande que Dios nos hace. Ella es, para nosotros, presencia del amor de su amor inmenso. Ni tu mujer, ni tus hijos serán tuyos; eres tú el que serás de ellos, y sólo así podrás vivir en acción de gracias permanente. Tú intenta siempre ser bueno con ellos, y cada noche, antes de dormirte, piensa en si estás respondiendo al don que te han entregado. Recuerda a San José, que después de un día amargo, en la noche, recibió el mayor encargo que un hombre puede recibir: ser padre del Hijo mismo de Dios. Cada noche, en intimidad, pregunta al Señor qué te pide, cuál es su voluntad.

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Si la mujer ha de ser dulzura fecunda, nuestra masculinidad nos lleva a custodiar serena y decididamente el inmenso tesoro de la vida.  Tu noviazgo, tu matrimonio, tus proyectos de vida no están fuera de la voluntad bondadosa del Padre que busca tu felicidad. Vive con agradecimiento la responsabilidad que te entregarán.

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