La búsqueda de la venganza

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Película Big Bad Wolves

BIG BAD WOLVES

Si decimos que en octubre del pasado 2013, cuando se estrenó en festivales esta cinta israelí, un director como Quentin Tarantino declaró que esta Big bad wolves era la mejor película del año, ya estamos diciendo mucho de lo que tenemos delante.

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{xtypo_code}Israel, 2013 (110′)
Escrita y dirigida:  Aharon Keshales y Navot Papushado.
Producción: Leon Edery, Moshe Edery, Tami Leon, Chilik Michaeli, Avraham Pirchi.
Fotografía: Giora Bejach.
Música: Haim Frank Ilfman.
Montaje: Asaf Korman.
Intérpretes: Lior Ashkenazi (Micki), Rotem Keinam (Dror), Tzahi Grad (Gidi), Doval’e Glickman (Yoram), Menashe Noy (Rami), Dvir Benedek (Tsvika), Kais Nashif (Hombre a caballo), Nati Kluger (Eti). {/xtypo_code}

Escrita y dirigida por el dueto Aharon Keshales y Navot Papushado, y que sigue (a grandes trazos) el estilo que ya tenían en su anterior obra (Rabies, considerada la primera película de terror israelí), estamos ante un thriller que a veces se mete de lleno en la comedia negra, y que siempre está bordeando la violencia (a veces extrema) pero dosificada a la perfección.

Una serie de terribles asesinatos de niñas que aparecen violadas, torturadas y decapitadas unen a tres hombres: el padre de la última víctima, de pasado militar; un policía con ansias de venganza que camina por el filo de la navaja; y un profesor de religión que es el principal sospechoso, pero que ha sido puesto en libertad por una negligencia policial. Las ansias de justicia, de venganza, se darán lugar en un sótano de una casa perdida en el medio del campo, donde nadie puede oír nada.

La secuencia de arranque es estéticamente excelente y pone el listón muy alto, manteniendo una factura exquisita en todo momento. A pesar de que el guión tiene alguna leve laguna, las interpretaciones del trío protagonista consiguen que el espectador no pueda separar la mirada de la pantalla. Los directores, partiendo de la Caperucita perseguida por un maquiavélico lobo, logran fundir una historia con fuertes dosis de violencia (no siempre explícita, no se asusten) con ráfagas de humor negro que siempre despiertan una sonrisa.

En ocasiones recuerda a los Coen más negros; en otras muchas, a la tarantiniana Reservoir dogs (¿será por eso que a Quentin le gusta tanto?). Si durase un poco menos, sólo un poco, sería mucho más redonda, pero las casi dos horas que dura se pasan en un suspiro.

 

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