Que no canto villancicos

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(Lucas 1, 39-45) BUENO, CHEMA, si no quieres cantarlos no los cantes, pero escúchame un par de minutos. Ya sé que en estos momentos tú no crees mucho, que te planteas muchas dudas sobre si Jesucristo es el Hijo de Dios, incluso, de si Dios existe o no. Eso ya lo sé y te respeto. También yo he pasado por momentos de dudas sobre el sentido de muchas cosas. Pero escúchame un momento.

La Navidad es, por supuesto, la fiesta de Jesucristo, el Hijo de Dios que se encarnó en nuestra misma naturaleza para amarnos y despertar todo el amor divino que hay en nosotros. Pero para ti, y para quien no crea, cantar el nacimiento de Jesús en Belén puede ser cantar al misterio profundo de la vida.

¿Qué misterio mayor que el alumbramiento de un niño, de un niño de una familia tan pobre que ni en una casa pudo nacer? El abrirse un niño a la vida es un misterio tan hermoso que merece la pena cantarle y alegrarnos con él. Más cuando cantamos a quien nace entre los más pobres y sencillos, en un establo porque no había sitio para él en la posada.

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Al cantar a la Navidad cantas a la solidaridad de los más pobres. Los pastores fueron los primeros al pesebre y allí acogieron a una familia desamparada y tuvieron la inmensa alegría de ser solidarios en su pobreza. ¿No merece la pena ser cantada la solidaridad de los últimos?

Cantar a la Navidad es también cantar a la fuerza que tienen los débiles cuando viven desde la ternura y la verdad. Aquel niño pobre, por la fuerza de su palabra y de la verdad de sus actos, se ha convertido en la persona que más ha impulsado la humanidad de los hombres. ¿De verdad tú no puedes cantar a la Navidad?

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