EL CONCIERTO
Del director rumano, afincado en Francia, Radu Mihailescu hemos visto hasta ahora todo lo que ha rodado desde que cambió Bucarest por París. Primero fue El tren de la vida, y después Vete y vive, que pasó por el Sevilla Festival de Cine en 2005, cosechando buenas críticas. Desde entonces, nada hasta esta El concierto, en la que Mihailescu ha depurado su estilo, si bien es cierto que aún mantiene algunos elementos demasiado sensibleros, en una historia en la que podría haber prescindido de ellos y lograr un mejor resultado, pero lo conseguido al final está en un nivel más que aceptable para el goce del buen cine y la buena música.
{xtypo_code}Francia-Italia-Rumania-Bélgica, 2009 (119’)
Título original: Le concert.
Director: Radu Mihaileanu.
Producción: Alain Attal.
Guión: Radu Mihaileanu, Matthew Robbins y Alain-Michel Blanc.
Fotografía: Laurent Daillant.
Música: Armand Amar.
Montaje: Ludovic Troch.
Intérpretes: Aleksei Guskov (Andrei Filipov), Mélanie Laurent (Anne-Marie Jacques), Dmitri Nazarov (Sacha Grossman), Valeriy Barinov (Ivan Gavrilov), François Berleand (Olivier Duplessis), Miou-Miou (Guyléne), Lionel Abelanski (Jean-Paul Carrère), Anna Kamenkova (Irina Filipovna).{/xtypo_code}
Andrei Filipov era el mejor director de orquesta de la Unión Soviética de Brezhnev, treinta años atrás, y dirigía el Bolshoi, pero tras negarse a expulsar a sus músicos judíos, fue despedido. Tres décadas después, sigue trabajando en el Bolshoi, pero como limpiador. Un día, mientras limpia el despacho del jefe, llega un fax del Teatro Chatelet de París, solicitando una actuación de la orquesta del Bolshoi. A Filipov se le ocurre una idea descabellada: reunir a la vieja orquesta, a espalda de los responsables actuales, y viajar a París para actuar una vez más, treinta años después.
La historia toma el tono de comedia coral, uniéndose al grupo de filmes (cada vez más habituales) de cintas que hacen (o intentan hacer) humor con temas serios, sin tomárselo a la ligera, eso sí. Para ello, Mihailescu centra los papeles más cómicos en personajes secundarios que se prestan a ello, y los ejemplos más claros son un viejo líder del partido comunista, una reliquia política que no ha evolucionado absolutamente nada con los años y que necesita pagar a figurantes para que alguien vaya a sus mítines; y un nuevo rico, un magnate del gas prepotente y chulo, que dice amar la música. El resto de personajes, los músicos, quedan mejor parados, y la historia sólo pierde un poco de fuelle en los momentos en que el argumento se centra en temas más sentimentales.
En el apartado actoral (siempre lo que más queda para el espectador de a pie), sobresale una gran Mélanie Laurent (que ya hizo lo mismo, sobresalir, en lo último de Tarantino), demostrando una gran solvencia interpretativa (aparte de una gran belleza). Y siempre nos quedará ese final, arriesgado Mihailescu, que concluye con una larga secuencia del concierto con música de Tchaikovsky, que llega a ser épico, en la que imágenes de flash-forward cierran los flecos que podían quedar pendientes, y que demuestra el poder evocador de la música.