No siento yo que me despido

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“Si doy pan a un pobre, dicen que soy un santo. Si pregunto por qué ese hombre pasa hambre, dicen que soy comunista”, así reza una frase del obispo brasileño Dom Helder Cámara en un cuadro que, junto con su imagen de anciano afable y sonriente, está a la entrada del patio de la parroquia de Divino Salvador. Éste es precisamente el tema de la última encíclica de Benedicto XVI: “Caridad en la verdad”, en la que desarrolla y reflexiona sobre la misión que tenemos la comunidad de los cristianos, no sólo de hacer visible la solidaridad de Cristo a los hombres y mujeres del mundo, sino también de ser cauce de la verdad profunda con la que vino a iluminar nuestra vida.
Así dice el Papa en su reflexión: “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario”. Muchos quisieran una Iglesia alienada en liturgias y cultos solemnes; otros la valoran sólo cuando parece olvidar su dimensión trascendente y se ocupa de luchar contra la pobreza y la injusticia. La encíclica del Papa nos recuerda los dos dinamismos fundamentales que configuran la misión de la Iglesia: la cercanía solidaria con quienes nos rodean, especialmente con los que sufren, y la búsqueda y la proclamación de las verdades que humanizan nuestro mundo y lo abren a la presencia del Dios que nos hace personas. Siempre es difícil responder a los retos de una llamada tan grande. Por eso como cristianos siempre hemos de estar pidiendo a Jesucristo luz y fortaleza para llevar a cabo nuestra misión.

Como muchos lectores ya sabéis, voy a comenzar un nuevo encargo, un nuevo servicio como sacerdote. Y quisiera en este momento pedir perdón y mostrar mi agradecimiento. Necesito pedir perdón porque la misión que Jesús nos encomienda a los cristianos es tan grande –nos lo recuerda el Papa en su encíclica– que nunca estamos a la altura de su llamada. Toda persona que asume una función pública, y la del sacerdote lo es, está expuesta a que sus errores, sus faltas y sus pecados repercutan en muchas personas. Así que os pido sinceramente perdón si mis palabras en vez de impulsar al bien sirvieron sólo para crear recelos o tristeza. Le pido perdón, sobre todo a las personas de mi parroquia, por las veces en que mis actitudes no estuvieron a la profundidad en la que Jesucristo impulsa en nosotros el amor. Le pido perdón a los más pobres, por las veces que recibieron de mí insensibilidad y desafecto.
También quisiera dar las gracias, muchas gracias. Primero a este medio de comunicación, a La Semana, y a José Luis, su director. Sin ellos mi tarea en nuestro pueblo hubiera sido muy distinta. La redacción semanal de los comentarios a los evangelios ha sido para mi fuente de espiritualidad y ha posibilitado que una palabra de fe pudiera llegar a quienes, incluso, no podían o no querían escucharla en los templos. También sé las dificultades que ha planteado la publicación de algunos de mis artículos de opinión. Sin embargo, siempre he encontrado en vosotros una palabra de aliento y una acogida favorable.
Quisiera dar las gracias a Dios, sobre todo, a la comunidad parroquial del Divino Salvador, a todos y cada uno de vosotros, desde Manuel, el diácono, a todos con nombres, rostros y experiencias compartidas; y a cuantos en el arciprestazgo hemos trabajado juntos y hemos compartido la fe y la tarea concreta de ir anunciando el Reino: Caritas arciprestal, Red de Cariño, Jóvenes voluntarios y Pastoral Penitenciaria: vosotros lo sabéis, hay momentos preciosos que nunca serán conocidos, pero que siempre permanecerán en nuestra vida. Quisiera dar las gracias a Dios, asimismo, por las Hijas de la Caridad de nuestro pueblo, ellas ya saben algunos porqués. También por los compañeros sacerdotes, por las hermandades, especialmente la de la Amargura, y todas las asociaciones religiosas.
Siempre es peligrosa la tarea de enumerar agradecimientos, siempre se queda alguien importante atrás; pero una vez que se comienza, no hay marcha atrás. También tengo que dar las gracias a Dios por las Asociaciones de Vecinos de Antonio Machado, de Miguel Hernández y de los Montecillos, a la Plataforma cívica Dos Hermanas Sur y todos sus miembros, por el coro de campanilleros de Ibarburu. Quisiera también agradecer a los diversos grupos políticos y sociales de nuestro pueblo, y también al ayuntamiento en todas sus áreas, todas las veces que hemos coincidido en un trabajo por buscar un pueblo más justo y más humano.
No siento yo que me despido. Así que sólo os manifiesto el deseo de que os encontréis en lo concreto de vuestra vida y en lo profundo del corazón con Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que es fuente de toda bondad y de toda alegría en nuestro mundo. Un saludo fraterno a todos.

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