PONYO EN EL ACANTILADO
En una época en la que la animación intenta ser cada vez más realista, con la tecnología usando y abusando de los programas más avanzados de creación en 3D para lograr sus objetivos, es un placer que un maestro como Hayao Miyazaki siga creando magia con el mismo estilo, con la misma técnica (anticuada para muchos) de los dibujos animados clásicos, a mano, con los lápices de siempre, y en 2D, que ya usaba cuando dibujaba las míticas series Marco y Heidi.
Japón, 2008.
Título original: Gake no ue no Ponyo.
Director y escritor: Hayao Miyazki.
Producción: Toshio Suzuki.
Fotografía: Atsushi Okui.
Música: Joe Hisaishi.
Montaje: Takeshi Seyama.
Intérpretes: Diujos animados.
El autor de las geniales El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o El castillo ambulante, ha vuelto a sus orígenes, alejándose de historias que en cierto sentido eran más adultas, y que iban dirigidas a un público algo más maduro, y volviendo a la animación puramente infantil de sus comienzos (sobre todo de aquella Mi vecino Totoro) pero aunque la cinta está dedicada y dirigida a ellos, como en todas sus obras, Ponyo en el acantilado no sólo se disfrutará por los más pequeños. Antes al contrario, el universo mitológico de Miyazaki, con la ingente cantidad de dobles sentidos, de elementos significativos que acompañan a una historia que supuestamente es simple, hace que el espectador adulto pueda disfrutar de unas aventuras destinadas a un público que aún no ha cumplido los diez años.
Sosuke es un niño de cinco años que vive en lo alto de un acantilado que da al mar. Una mañana, mientras juega en una playa rocosa que hay bajo su casa, encuentra a una pececita de colores atrapada en un tarro de mermelada. Él la rescata, la llama Ponyo y la guarda en un cubo verde de plástico. Sosuke y Ponyo sienten una profunda y mutua fascinación el uno por el otro. Él le promete que la protegerá y cuidará de ella. Pero el padre de Ponyo, Fujimoto, que en otro tiempo fue humano y ahora es un hechicero que vive en las profundidades marinas, la obliga a volver con él. Ponyo, que pese a su menudo tamaño es una poderosa princesa, se rebela, quiere ser humana, y volver con Sosuke, así que escapa, inconsciente de las consecuencias que ello puede traer al hacer que dos mundos distintos, que no deben mezclarse, lo hagan.
Ponyo en el acantilado es una auténtica delicia, una verdadera joya, que se disfruta de principio a fin, con la historia y con el imaginario visual del gran maestro Miyazaki. La cinta, pese a haberse realizado (como ya hemos dicho) con la técnica clásica del dibujo a mano, en dos dimensiones, sin programas de última generación que ayuden, proporcionan una perfecta sensación de movimiento continuo (el mar es un personaje más, uno de los más importantes), y consigue que el espectador mantenga la atención en todo momento, ayudado por la magia que destila cada fotograma.
Lo nuevo de Miyazaki es una auténtica maravilla, una joya de la animación, una película sencillamente fantástica e imprescindible.