El santuario de Nuestra Señora de Consolación, célebre en todos los reinos de España y Nuevo Mundo, por las obras maravillosas que en él hace Nuestro Señor, por la intercesión de su gloriosa Madre, es más famoso y conocido en este título, que por noticia de historia, previniendo siempre el efecto al afecto, y anticipándole las obras a la fama”. Con estas palabras ponía de manifiesto en 1622 el célebre Rodrigo Caro la importancia que ya por entonces tenía el santuario utrerano de Consolación. En esas fechas ya era el gran centro de peregrinación de la Campiña sevillana, y a él acudían fieles y devotos de numerosas poblaciones, desde Hinojos y Gines, pasando por La Rinconada, Castilleja de la Cuesta, Alcalá de Guadaíra, hasta otras más cercanas a Utrera como Los Molares, Los Palacios o Dos-Hermanas.
Nuestra ciudad, que se encontraba a los pies del antiguo camino real que desde Sevilla llegaba a la villa utrerana para continuar hasta los puertos gaditanos, vio el continuo peregrinar de gentes que acudían al santuario, y que en muchos casos hacían parada y fonda en los numerosos mesones y posadas nazarenos (como los mesones de Mendieta, de Bartolomé de Espinosa o del Agua). Por eso, no resulta raro que pronto estuviera presente esa devoción utrerana en Dos-Hermanas.
Como es bien sabido, el santuario de Nuestra Señora de Consolación tiene su origen en una sencilla y humilde ermita construida en 1520 por el eremita Antonio de la Barreda tras conseguir un privilegio del papa León X. Después de varios avatares, en 1560 tiene lugar el famoso milagro de la lámpara de aceite: Fray Antonio de Santa María, un fraile de la orden de los Mínimos (una rama franciscana), acude a Utrera a pedir aceite para la lámpara que iluminaba a la Virgen de Consolación, sin conseguirlo al ser un año de escasez de ese producto. Volvió apesadumbrado a la ermita en compañía de un hortelano llamado Juan de Orea y en la noche, poco antes de acostarse se percató que en la habitación donde se encontraba la imagen de la Virgen había una luz muy brillante. Al entrar, pudo comprobar que la lámpara que antes estaba vacía, ahora rebosaba de aceite. Y así estuvo durante largo tiempo, corriendo como la pólvora la noticia de aquel suceso milagroso.
A partir de ahí, creció la devoción a Nuestra Señora de Consolación, no sólo en Utrera sino también en los pueblos cercanos. Y en fecha tan temprana como 1564-1565, aparece ya consolidada esa devoción en Dos-Hermanas. Así lo vemos en los testamentos de María Sánchez (otorgado el 19 de noviembre de 1564) y de Melchor González (dado el 17 de junio de 1565), natural de Oporto. En el primero de ellos, mandó la testadora que se dijesen dos misas a Nuestra Señora de Consolación de Utrera, mientras que Melchor González ordenó que se dijesen tres misas rezadas a la Virgen de Consolación “en su propia casa e yglesia”, esto es, en su santuario.
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A partir de ese momento, son muchos los testamentos que mandan decir misas en honor a Nuestra Señora de Consolación. Ahí tenemos los casos de Catalina Martín (1570), Juana Miguel (1577), Mariana (1590), José Hernández (1590), María González (1596), Pedro García Casado (1596), Gregorio Pérez (1603) y Juan León (1610). Todos ellos muestran a las claras lo arraigada que estaba en nuestra entonces villa esta devoción mariana. Es relevante el caso de Pedro García Casado, al mandar decir en el santuario no tres o cuatro misas, que era lo normal en otros testamentos nazarenos, sino dos treintanarios por las ánimas de sus padres difuntos.
Esta devoción continuó creciendo en Dos-Hermanas y en los primeros años del siglo XVII se fundaría en iglesia de Santa María Magdalena una cofradía dedicada a Nuestra Señora de Consolación, que acudía a la procesión de la Virgen que se celebraba anualmente con su estandarte e insignias. Según refiere el ya mencionado Rodrigo Caro en su obra “Santuario de Nuestra Señora de Consolación y antigüedad de la villa de Utrera” (1622): “van todos los hermanos vestidos de blanco y muy galanes a su modo, que retiene harto de lo muy antiguo, usado en las solenidades sagradas y profanas, porque el color blanco fue muy solene en la antigüedad”. Es precisamente en esta obra donde únicamente se menciona a esta cofradía nazarena, pues no hemos encontrado hasta el momento ningún documento en el que se la mencione, ni siquiera en los testamentos, algo que llama poderosamente la atención. Tampoco se sabe en qué momento desapareció, aunque debió ser en el siglo XVIII, momento en el que comienza el declive de la devoción en nuestra ciudad.
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