(Marcos 1, 29-39) Las mujeres mayores que vienen a las parroquias suelen ser muy buenas, y suelen tener mucha gracia. Habrá alguna un poco quisquillosa; entre las de mi parroquia, no. Muchas veces les he escuchado decir: “Cuando vengo a la parroquia se me quitan los dolores (…) Venía que no podía con la rodilla y cuando me he puesto a limpiar y hacer cosas se me ha quitado. Ese es el Cristo nuestro, que es muy grande”.
Las comunidades cristianas no son sólo lugar de enseñanza catequética; ni sólo lugar de celebraciones de bautizos, misas y bodas. La comunidad cristiana también es ámbito de salud, porque Cristo es fuente de salud.
Pero no reduzcan ustedes esto a algún acontecimiento de curación inexplicable que hayan experimentado. Ni a las donaciones de sangre o charlas de un tema sanitario que se pueden dar en la parroquia. Es más amplio lo que les digo. La comunidad cristiana es ámbito de salud en tanto las relaciones que se establecen en ellas son relaciones de fraternidad y acogida; y van curando obsesiones y traumas personales.
La comunidad cristiana es fiel a Cristo, fuente de salud, cuando ofrece al barrio en el que está, un sentido de solidaridad humana, de apertura a lo trascendente, de acogida a todos por quien es, no por lo que hace o deja de tener. El cristiano es fuente de salud cuando es testimonio de un sentido cristiano de la vida; desde la sencillez, desde la verdad, desde el amor; desde la experiencia de ser hijo de un Padre que siempre acoge, que siempre perdona, que siempre impulsa y alienta.
Muchos, porque participamos en una parroquia, vivimos más alegres, con más ilusión, con más sentido, con más salud nuestra vida.