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A lo largo del siglo XVI, del todavía poco conocido Quinientos nazareno, Dos-Hermanas se fue convirtiendo con mayor frecuencia en un lugar de recreo y esparcimiento para numerosos personajes pertenecientes a las familias acomodadas de la sociedad sevillana. Muchos de ellos eran destacados mercaderes, como Hernando de Lopera o Andrés de Vergara e incluso poderosos comerciantes indianos como Pedro Sánchez Naveros. Otros formaban parte de la aristocracia, casos de don Juan de Mendoza, don Juan de Sandoval Rojas, señor de Villamizar (hermano del Duque de Lerma, valido de Felipe III), Miguel Martínez de Jáuregui, señor de Gandul y Marchenilla, o del mismísimo duque de Alcalá de los Gazules, que pasaba largas temporadas en su heredamiento de Villanueva del Pítamo. Pero también encontraremos importantes escribanos sevillanos como Pedro de Pineda y Hernando Díaz de Ayala, y grandes eclesiásticos como el canónigo Diego Godo Mexía, que además de dar nombre a una calle de nuestra ciudad (sí, la calle del Canónigo fue bautizada con tal nombre, precisamente a finales del XVI, por este canónigo hispalense) trajo consigo a su extensa familia, que terminaría enraizando en esta villa.

Pues bien, a esa familia del canónigo Godo Mexía, entre los que se encontraban Alonso Godo Mexía o el también canónigo Pedro Mexía Godo, perteneció nuestro biografiado, Gaspar Mexía, del que desconocemos la fecha exacta en que comenzó a establecerse en nuestra entonces villa, aunque debió ser en la década de 1570. Aquí tenía unas casas de morada donde vivió con su esposa doña María de Castro. El matrimonio no tuvo hijos, aunque criaron a una niña llamada Catalina, hija de los sevillanos Juan de Almonte y de Isabel de Ribera.
De su estancia en Dos-Hermanas sólo conservamos su testamento, que sería redactado en fecha indeterminada (quizá en la década de 1590) en una exquisita y cuidada letra humanística, y entregado a Juan de Poza, escribano público de esta villa, el 19 de agosto de 1599 por el propio Gaspar Mexía, estando enfermo en su cama. Nuestro biografiado moriría muy poco después y a las cuatro horas, su viuda, doña María de Castro, compareció ante el citado escribano para abrir el testamento, que, dicho sea de paso, resulta muy curioso y pasamos a detallar.

En él, Gaspar Mexía declaró ser vecino de Sevilla y estante en Dos-Hermanas, es decir, que temporalmente estaba viviendo aquí. Sobre su lugar de enterramiento, no fue preciso pues mandó ser sepultado donde señalasen sus albaceas.

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Del mismo modo, no dejó dispuestas demasiadas misas por su alma, un capítulo éste fundamental para el hombre del Quinientos, en una época donde Dios estaba presente en cada instante de la vida cotidiana y se consideraba algo fundamental el disponer del mayor número de misas que asegurasen el eterno descanso de las almas. Así, Mexía ordenó que el día de su entierro se dijesen por su alma tres misas, y «otras tres en la capilla del Obispo de Escalas, en el altar que en ella está, donde se saca ánima de purgatorio». Esta capilla se encuentra en la catedral de Sevilla y es llamada así por su patrono y fundador, el polémico y controvertido Baltasar del Río, arcediano de Niebla y obispo de la localidad napolitana de Scalas. Actualmente se puede visitar, destacando en ella el retablo que se menciona, dedicado a la Venida del Espíritu Santo, magnífica obra renacentista de la primera mitad del XVI. Igualmente, dejó estipulado «que todos los lunes de un año después de mi fallecimiento se diga una misa por mi ánima de requie (sic), y al fin del año un aniversario con su misa cantada; este día se tome una bula de difuntos por mi ánima».

Aquí termina la parte espiritual y comienza la más terrenal, dedicada a las deudas que tenía (las cuales manda que se pagasen) y a su matrimonio con doña María. Recordemos que en estas fechas el matrimonio era considerado como un «contrato mercantil» más en el que cada parte aportaba un capital (la mujer llevaba la dote y el marido las arras). En este caso, ni Gaspar Mexía ni su esposa aportaron bienes algunos, aunque doña María aportaría tiempo después 300 ducados procedentes de la herencia que le correspondió de su tío Francisco Hernández Herver y de su hermana doña Agustina de Vega.

Es en esta parte del testamento donde encontramos dos cláusulas muy interesantes. La primera de ellas nos ilustra cómo era la relación que mantuvo con el ya mencionado canónigo Diego Godo Mexía, que debió ser de mucha confianza, aunque el prelado se aprovechara de ella: «Declaro que yo tenía un oficio de cauallero de San Pedro en la ciudad de Roma, el qual con mi poder vendió el canónigo Diego Godo Mexía y se aprouechó del dinero en que lo vendió, que fueron quatrocientos y treinta mil marauedís, e muerto el dicho canónigo Diego Godo, puse demanda a los herederos , y por sentencia del juez fue mandado que me diesen el valor del dicho oficio». La avaricia del clérigo hizo que la relación entre ambos parientes se deteriorara. Gaspar Mexía dispuso que aquellos 430.000 maravedís fuesen a parar a su heredera, que no es otra que su esposa doña María, al carecer de descendencia y ascendencia.

La otra cláusula que nos referimos es la siguiente: «Asimismo, yo compuse un libro en lengua castellana intitulado Cosas notables de la Ciudad de Seuilla. Es mi voluntad que el dicho libro si mi heredera lo quisiere mandar imprimir, que el prouecho que del libro se sacare lo aya por suyo y goze sin ningún impedimento ni grauamen». En esta cláusula, Gaspar Mexía se muestra como un hombre del Renacimiento, en la línea de otros destacados autores sevillanos como Luis de Peraza o el licenciado Juan Ponce de León, que movidos por un interés y curiosidad por conocer la Historia de Sevilla, dejaron a la posteridad libros manuscritos que recogen los hechos más notables del pasado no sólo de la capital hispalense sino también de otras poblaciones de su alfoz. Los libros de Peraza y de Ponce de León se conservan por fortuna, siendo el primero de ellos publicado con mucha posteridad, en el siglo XX. En cuanto a la obra de nuestro biografiado, todo apunta a que también se conserva en la actualidad, y esperamos localizarlo en los próximos meses. De ello daríamos, claro está, debida cuenta.

Esta simple cláusula ensalza la figura de Mexía, al mostrarnos su faceta de intelectual. Un intelectual que falleció en nuestra villa en agosto de 1599 y dejando a su esposa, además, como uno de sus albaceas testamentarios junto con el jurado Juan de Alfaro, Francisco de Farias y el licenciado don Juan Ricio, cura de la iglesia de Santa María Magdalena.

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