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(2 Cor 8,9) “NI UN CABELLO de vuestra cabeza perecerá”, les dice Jesús a los discípulos preparándolos para la persecución y para darles esperanza en los momentos de dificultad. Tendremos dificultades y problemas, pero tenemos la certeza absoluta de que el Señor hará llegar nuestra vida a buen puerto. Él se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Este es el lema de la jornada de los pobres que celebramos el próximo domingo.

Se empobreció haciéndose hombre, sin aferrarse a su categoría de Dios, para hacerse entrañable y cercano; se empobreció haciéndose trabajador manual sin hacer carrera entre los sabios y entendidos de su tiempo; se empobreció aceptando ser signo de contradicción, y poner su vida en el candelero de los juicios de unos y de otros; se empobreció al someterse a la pasión y la cruz, pobreza radical y absoluta; siguió empobreciéndose al entregarnos su cuerpo y su sangre en la eucaristía. Cada escalón que el Señor desciende en la pobreza es una riqueza para todos nosotros. No hay riqueza mayor que compartir la plenitud de su vida y vivir siempre en comunión con Él.

La pobreza de Jesús contrasta con el orgullo y el afán consumista de nuestra sociedad. La riqueza, injusta e insolidaria, depredadora de la armonía de la naturaleza y que amenaza con destruirnos, es causa del empobrecimiento inhumano de los más débiles. Hagamos nuestras las causas de los pobres, para desde ellos hacer de nuestro mundo el hogar de los hijos de Dios.

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