El verdadero conocimiento

vidas sembradas
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(Juan 16, 12-15) SE ACERCA A NOSOTROS una persona y vemos su estatura, su porte, su aspecto físico; hablamos con ella de alguna cosa y nos separamos. No podemos decir que la conocemos. En posteriores encuentros descubro sus capacidades, las habilidades que tiene, sus limitaciones. Me doy cuenta que me puede ayudar a resolver tal o cual problema que tengo. Que manteniendo relación con ella tendré tal o cual beneficio. No puedo decir aún que la conozco.

Se llama Juan y ya me ha contado algo de su familia y de su historia, de cómo llegó hasta aquí y de sus planes de futuro. No puedo decir todavía que la conozco.

Soy yo, en un momento, quien se sincera con él. Le comento un asunto personal que me preocupa; él comparte conmigo esa preocupación, lo noto. Sin darme cuenta he empezado a confiar en él. Ahora sí estoy en camino de conocerlo. Compartiremos tareas y momentos de descanso; algún día pasearemos juntos un rato; ya comprendo que es alguien único, una persona, para la que Dios tiene su proyecto y su misión, y que, como yo mismo, unas veces a acepta y otras no. Así en el camino nos conocemos.

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Con el Señor pasa igual; solo cuando nos dejamos acompañar por él en el camino de la vida lo vamos conociendo. Lo demás son conceptos que, si no se viven, esconden más que revelan.

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