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(Lc 5, 17-26) LA VIDA es gozo y alegría, es exuberancia y plenitud. Pero nuestra vida tiene primaveras y otoños; veranos e inviernos; momentos para reír y momentos para llorar. Por eso, la Vida es más que sus momentos de placer o de padecer. Solo el amor es Vida.

Cuando no entendemos esto –y nos cuesta la vida entera entenderlo-, tenemos el riesgo de dejar a un lado lo pobre, lo sufriente y lo sacrificado de la vida para adorar a quien nos promete placer, honores o riquezas; y, entonces, todo lo perdemos. Ay de nosotros, cuando a éstos pretendemos y los convertimos en el norte de nuestra vida.

Cuando nos desprendemos de todo eso, que es vano y superficial, podemos vivir felices en la pobreza y con los pobres; felices en el sufrimiento y con los que sufren; felices en debilidad y con los débiles; nuestros vecinos serán importantes porque son nuestros vecinos; lo mismo que somos importantes para nuestros padres, simplemente porque somos sus hijos. Esa es la vida.

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Jesucristo mirando a sus discípulos, pescadores y labradores humildes, pobres trabajadores, cada uno con sus limitaciones, pero con la inmensa riqueza de haber sido elegidos, les dice una frase tan enigmática como revolucionaria y trascendente: «Dichosos vosotros los pobres porque vuestro es el Reino de los cielos».

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