En el corazón de su piel

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Mateo 20, 1-16 ¿Qué lleva a una mujer a dedicarse a la prostitución?

Fundamentalmente la pobreza y la falta de apoyo familiar en el que sustentarse en los momentos malos. Por eso la mayor parte de las mujeres que sufren esa explotación son inmigrantes pobres. Muchas son forzadas y obligadas violentamente. Otras se pasean por ese abismo pensando que será algo temporal, para conseguir un dinero más fácil. Pero todas quedan heridas porque se dan cuenta de que están vendiendo su intimidad, que las están obligando a vender su intimidad, y que les va a costar recuperarla para sí mismas; sufrieron muchos golpes a la conciencia de su dignidad. Es la mayor pobreza.

Al mismo Jesús lo desnudaron en público, como hacían con todos los crucificados, para escarnecerlo buscando despojarlo de su dignidad personal. Quien está tan abajo a todos comprende, a todos disculpa, de todos tiene misericordia. Sufrir desprecio imprime a fuego en nuestro corazón la ternura con quien sufre.

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En el evangelio del próximo domingo Jesús descubre que los corazones de las prostitutas y de los marginados están tan abierto a la misericordia y a la caricia del Padre, que nos los pone como ejemplo a nosotros, las personas supuestamente ejemplares: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios».

La justicia de Dios siempre es restauradora de heridas, siempre acoge los sufrimientos del más pobre, siempre se pone en el lugar del último para poder amarnos a todos. Procuremos no cerrarnos a nosotros mismos la puerta de la justicia de Dios a golpe de autosuficiencia, a golpe de indiferencia o condena a los demás.

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