No tiene quien le riña

(Mateo 18, 15-20 )

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CASI SIEMPRE tenemos quien nos riña. Y nos da coraje cuando recibimos recriminaciones y críticas, por cariñosas que sean y aun cuando las sepamos bienintencionadas. Pero cuando uno no tiene quien le riña, o se separa y se aleja de quien lo hace, en el fondo se queda solo, y en vez de madurar con el tiempo y las experiencias, se llena de caprichos y de manías. Los que viven solos y los viejos tienen esa tentación.

Puedes haber salvado a un país entero de la dictadura y el enfrentamiento civil; pero, si no das autoridad a nadie para que te señale y recrimine los comportamientos que te separan de la verdad y del amor, te convertirás en una persona egoísta, ensimismada y ajena a la realidad, con la que te darás de bruces en el momento que menos esperas.

Nadie somos «dios», y todos necesitamos confiar y dar confianza para caminar junto con otros compañeros. Pero caemos tan fácilmente en enrocarnos en el orgullo, aunque sea mucho más fácil vivir en humildad.

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En el evangelio de esta semana Jesucristo mismo nos invita a escuchar la voz de los compañeros en la vida -de nuestros padres, hermanos, amigos, incluso de nuestros enemigos- su propia voz. La vida no tiene marcha atrás y nos jugamos lo que somos y lo que seremos en nuestros comportamientos y actitudes.

Escucha a quien te quiere y recapacita. Pregunta con sencillez por lo que haces para que te respondan con sinceridad. Tú eres mucho más que los errores que puedas cometer, pero esa actitud humilde te hará más persona y un cristiano más sincero.

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