Escuchar y decidir

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(Juan 10, 1-10)

Cuando vivimos sin escuchar, decidimos a ciegas. Y, ¡tantas veces vivimos sin escuchar! Sin escuchar a los que nos rodean y sin siquiera escucharnos a nosotros mismos. Vivimos de rutinas, de prejuicios, de lo que se dice y se piensa, sin acoger la novedad que nos trae el presente. Y los acontecimientos siempre podemos sacar una enseñanza, siempre nos hable Dios. Esta pandemia nos ha mostrado la fragilidad de nuestra propia vida; y la necesidad que tenemos de cuidarla.

Mal saldríamos del confinamiento que ha marcado el mes posiblemente más extraño de nuestra vida, que repitiendo los mismos vicios y prejuicios. Ojalá este confinamiento nos haga más cariñosos, comprensivos y dialogantes con los nuestros. Ojalá este confinamiento nos haga más responsables con nuestra sociedad, valorando el trabajo de quien sostiene y cuida nuestra vida. Ojalá este confinamiento nos haga valorar nuestros políticos menos desde la ideología y más desde la capacidad de gestionar y solucionar los problemas reales que nos afecten.

No sería admisible que siguiéramos mal pagando a médicos y personal sanitario. No será admisible que agricultores, jornaleros y quienes mantienen el sector primario de nuestra sociedad siguieran teniendo que reclamar un precio justo por los productos de nuestra tierra que dote de condiciones aceptables a su trabajo. No será admisible que nuestros suministros esenciales dependan por completo de la importación cuando hay tantos desempleados en nuestro país. No será admisible que gestos propagandísticos de lo políticamente correcto sean lo único que importe a nuestros políticos. Poco habríamos aprendido de  las más de 24.000 muertes producidas si pensáramos que nada  hemos de cambiar.

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