Esta tarde, al volver de una prueba de nivel de inglés paseaba hacia la parada más próxima de autobús. Como siempre, o al menos lo intento, reflexionaba sobre mi propia realidad y el entorno que me acontece. Estaba divagando tanto que mis pensamientos se fueron a la frase archiconocida del poema, Caminante no hay camino, de Antonio Machado, Se hace camino al andar.
Si se me permite parafrasear un poco, se hace realidad al relatar. Es decir, se construye una realidad a partir del lenguaje que construye el relato. En el ámbito de la discapacidad o, mejor dicho, diversidad funcional, se ha construido una realidad que pone el enfoque permanentemente en la patología que subyace en la diversidad funcional del ser humano.
El trato infantil y la sobreprotección es el resultado de ese relato que se ha construido en la sociedad, desvirtuando las necesidades de la persona diversa, situándolo en un contexto familiar y no en un hecho circunstancial del individuo.
Esta realidad necesita un relato, una visión nueva desprendida de la lástima, el trato infantil, la actitud buenista pero a su vez discriminatoria que impide la inclusión de la persona con diversidad funcional en la sociedad. Porque el ecosistema de la persona no se encuentra en el cobijo familiar y el cuidado de la mujer sino en la calle, en el bar, en el cine, en el teatro, en el turismo, en el colegio, sin segregaciones por cuestión de discapacidad, y el empleo.
Por tanto, esta realidad no es única y exclusiva, sino discriminatoria y excluyente mientras no desechemos ese relato de la lástima hacia el ser humano patológico.