ESTE ÚLTIMO fin de semana el Papa Francisco ha estado en Colombia. Ha sido un viaje marcado por la necesidad de reconciliación y de paz. Colombia ha vivido una guerra civil cruenta, entre una guerrilla de talante revolucionario y las fuerzas militares de un Estado, que no siempre ha tenido la misma calidad democrática.
La situación económica y política del país había cambiado, la situación internacional también, la propia guerrilla se había convertido en algo parecido a un grupo terrorista. Pero los muertos de un lado y de otro siguen muertos; y los mutilados, mutilados; y los huérfanos, huérfanos; y las madres a las que se les había arrebatado sus hijos siguen llorándolos.
El perdonar se hace duro. Pero ha llegado la hora del perdón. Y sin la fuerza creativa, restauradora, sanante del perdón, ese país no tendría futuro. En España, hace algún tiempo, también lo vivimos.
Puede ser que también en nuestra vida haya llegado la hora del perdón. Siempre es buena hora para el perdón y la reconciliación. Sin ese tiempo de comprensión mutua de los errores; sin esa actitud de acogida del otro también en su debilidad, disimulada en orgullo; sin la convicción íntima de fe de que el Señor nos pide perdonar como Él nos perdona, ninguna relación personal, humana, puede sostenerse. Tú necesitas perdonar; tú, también, necesitas acoger el perdón de los demás. El rencor nos ahoga y nos paraliza, nos vuelve obsesivos y torpes.
Cada eucaristía en la que participamos es una vela que se enciende para iluminar la oscuridad en la que nos envuelve nuestra memoria agraviada y rencorosa. Hemos de buscar la verdad y lo que es justo, pero siempre con actitud de reconciliación, para provocar nuevos daños y heridas.