Vivimos en un mundo que piensa que la inteligencia es lo que nos hace superior a los animales, que es la inteligencia lo que nos hace estar en la cima de la cadena alimentaria. Y los que piensan de ese modo tienen razón, ya que vivimos en un mundo en que el pez grande se come al chico.
Por ello hay cierta cualidad valorada mucho más debido a su cantidad que a su propia cualidad (es decir, a su propia calidad), me refiero a la inteligencia. Es fácil observar en adolescentes la necesidad que tienen de superar en inteligencia a su vecino y para ello vale cualquier cosa, desde resolver un problema matemático hasta ganar una disputa de modo desleal, “haber estado más listo” suele decirle el “vencedor” al “vencido”. Como si ser más listo fuese lo mismo que ser inteligente. Gato por liebre… Como echar agua en un hormiguero…
Esto ocurre porque la inteligencia se ha convertido el valor supremo, por encima de la justicia incluso, lo que permite que la inteligencia pueda saltar las fronteras que le apetezca sin más pasaporte que el que le otorga su propia autoridad, lo que en definitiva no es otra cosa que decir: “porque yo lo digo”.
Retomando el hilo de lo que comentaba al comienzo me gustaría incidir en que la diferencia importante que tenemos respecto a los demás seres no es la de ser mejores cuantitativamente sino ser mejores cualitativamente (aunque aún no lo hayamos demostrado rotundamente). Esto significa que además de ser los animales más racionales somos personas.
Si nos definimos como animales racionales (inteligentes), que es una definición válida según el objetivo de nuestra empresa, la diferencia respecto a un perro o un chimpancé sería cuantitativa, es decir, que tanto ellos como nosotros somos racionales, sólo que nosotros lo somos más. Sin embargo si nos definimos como personas, la diferencia es cualitativa, sólo nosotros somos personas, ellos son solo animales. Lo que no quiere decir por supuesto que podamos hacer con ellos lo que queramos. Ser persona significa ser mejor y por ende acatar unas normas no escritas que respeten e integren a todos los seres, resumiendo: responsabilidad.
El fin de una persona es ser buena, no ser inteligente, el fin de un “inteligente” es “ser más inteligente que tú”. La consecuencia de coger la última de las opciones significa que todo vale mientras hayas sido inteligente, lo que sea.
Esto no es un canto a la mediocridad, la inteligencia es importante y siempre es bienvenida, lo que digo es que la inteligencia debe ser un “instrumento” para poder ser mejor persona, y que las personas que vivimos y trabajamos con personas en periodo de formación deberíamos ser muy conscientes de eso, tanto padres y profesores como monitores y abuelos.
Por eso debemos abogar por una inteligencia de calidad antes que a una inteligencia en cantidad.