Con apenas tres horas de descanso, los costaleros que al filo de la medianoche metían con delicadeza extrema al Santísimo Cristo de la Vera Cruz en su templo del barrio de San Sebastián, se metían bajo el exquisito paso de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Antes, el capataz Curro Díaz Vicario pasó a recoger a muchos de ellos a sus casas, con un papelón de pescao frito en las manos para restablecer fuerzas. Pero no hay mayor fuerza que la que da la fe, posada en la mirada del Gran Poder.
A las tres de la madrugada, ante el imponente silencio de miles de nazarenos, solo interrumpido por la penetrante voz de Curro Vicario, el Señor con su cruz a cuestas enfiló la calle Conde Ibarra, seguido por su madre María Santísima del Mayor Dolor y Traspaso.
Tras continuar por Álvarez Quintero, Plaza Hidalgo Carret, Churruca, San Sebastián, Portugal, Castelar, Antonia Díaz, Paraíso y Queipo de Llano, le recibió el callejón Cruz en el ecuador de su estación. Con Diego Santana en el recuerdo, hermano mayor perpetuo de la hermandad (fallecido el año pasado), al Nazareno le sorprendió el alba en su trasiego doloroso por el centro de Dos Hermanas hasta llegar, desde El Arenal, a la Plaza de José Antonio. Allí, una expectante muchedumbre le esperaba para rezarle y decirle “adiós, hasta el año que viene”. En esta impresionante fotografía, tomada a las nueve menos cinco antes de entrar en Santa María Magdalena, el Gran Poder parece dibujar, en su rostro, más que su dolor por su inminente muerte, su pena por despedirse de sus devotos… hasta 1964.