Trabajaron con ella hasta 30 mujeres, que en vísperas de fiesta cosían hasta la una de la madrugada
Aunque todavía suena el teléfono, desde diversos puntos de Andalucía, preguntando por ella, ya no saldrán más trajes del taller de Isabelita Martínez Varela. Esta nazarena, virtuosa de la aguja, ha dado por concluida su larga trayectoria como sastra. Atrás quedan miles de horas de hilo y dedal, sacando adelante pedidos junto a sus aprendizas, que en los mejores momentos superó el número de 30.
Con 14 años (en 1938) entró de aprendiza con Castejón, en la calle Aníbal González, y sólo tres años después abrió su propio taller, en la casa de sus padres en Jesús del Gran Poder. Lo que en un principio iba a ser un pequeño negocio para atender las necesidades de la familia, pronto eclosionó en una sastrería de considerable tamaño. Al taller principal se sumaron otros dos que confeccionaban pantalones y chalecos. Los ingresos incluso permitieron a su padre abrir un taller de herrería en otra dependencia de la casa.
El cosario traía de Sevilla telas de Peyré y los botones llegaban de Barcelona. Isabel se especializó en trajes de caballero y, poco a poco, gracias a la elegancia de sus diseños y lo asequible de sus precios (150 pesetas un traje), empezaron a llover los pedidos. Lo que le reportó más fama fue la exquisitez de sus marselleses, chalequillos de jinete de los que todavía se conservan algunos en Dos Hermanas. Cuentan que en una romería de Valme hizo tantos trajes y marselleses que el zapatero Antonio Cabeza le dedicó la letra de una sevillana, que se cantó al entrar la Virgen en Bellavista.
Los novios, en la puerta
Para lograr el respeto de sus empleadas y la seriedad en la entrega de los pedidos, la disciplina fue una de las normas de la sastrería. Todas las tardes se rezaba el rosario (eso sí: sin dejar de coser) y se cumplían los horarios a rajatabla. Las mañanas, de 9 a 1, y por las tardes, de 3 a 8. A la hora de la salida se concentraba una pequeña multitud de muchachos a la puerta del taller: eran los novios esperando a sus chicas costureras.
Pero en vísperas de fiesta (Santiago, el Corpus, el Valme…) los novios no tenían más remedio que verse menos. El trabajo se agolpaba, había que entregar los trajes a tiempo. Entonces el turno era triple. Las costureras volvían al taller tras la cena y cosían hasta la una de la madrugada. ¡Cuántas veces se ha metido en la cama Isabel con su marido, Luis, ya dormido!.
A veces cortaban la luz por las noches, eran tiempos de penuria. Entonces Isabel se acostaba, y a las cuatro de la madrugada, se levantaba. Su padre encendía el torno y ella se ponía a coser.
Nos cuenta, orgullosa, que nunca se aprovechó de nadie, ni siquiera de los más pudientes que iban a hacerse sus trajes a medida. Entre sus clientes se encontraban los marqueses de Osuna, los Lissén o la infanta María Dolores de Borbón, que enviaba un coche para llevarla a la Huerta de la Princesa a tomarle medidas a su marido, el príncipe Czartoryski, y su hijo Adán.
Isabelita se merece un descanso después de cuatro décadas de trabajo. Quiere viajar con su marido, conocer Europa, Egipto, la África imperial. Le deseamos una feliz y larga jubilación.
Compañeras y amigas
Tantas horas juntas en el taller dan para mucho. Isabel y sus aprendizas también aprovechan para divertirse cuando sueltan las agujas. Desde arriba, de izquierda a derecha: Rosita Barrero, Matilde la Currana, Dolores López, Trini, prima de Rosita, Angelita. Pepa, Isabel, Rosario Prior, María. Abajo: María Varela, Dolores, Rosarito Mendez, Anita Prior y María Alonso. Fotografía tomada el 1 de junio de 1947.
Hay varios años de diferencia con esta otra imagen, en la que aparecen, de izquierda a derecha: Rosario Prior, Isabel, Josefina Domínguez, Encarnación Barbero, Guadalupe Mejías, Conchita la del francés, María Luque, Juana Anquela, Josefa Monge, María Zamora, Carmen Claro, María Montesinos, Isabel Martínez jr., Antonia Nicasio, Trinidad Méndez, Manoli Martínez, Pepita Rubio, Ani Barbero, Mariquita Inés, Esperanza Ramírez, Conchita la Chamorra y Conchita Cotán. Ausentes: Carmen Blanco, Anita Velasco, Dolores López, Mª Luz Román y Matilde.
Zapatitos blancos
Las amigas de la sastrería, a pesar de terminar exhaustas en las vísperas de fiesta, solían alquilar un carro para ir a ver las carretas del Rocío o el Valme. Otras veces iban andando, haciendo promesa, a ver a la Virgen de los Reyes a Sevilla. En esta foto, todas con zapatos blancos, acaban de salir de misa y se dirigen, por la calle Real, a dar un paseo por El Arenal. Son Lucía, Dolores, Matilde, Isabel, Angelita, Ramona y Rosario.
Rica clientela
El empresario de la aceituna Antonio Lissén era uno de los clientes asiduos de Isabel, que acudía a su casa para tomarle las medidas.También ha enviado trajes a Argentina, Francia y Méjico. En la otra foto, Isabel junto a su primera hija (Ana María; la segunda es Mª Dolores) y su marido, el peluquero Luis de Miguel Hernández (sobrino de Fray Bienvenido), que tiene su local en calle Romera.