Suicidio de un padre

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(Juan 3,16-18) “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que cree en él, sino que tengan Vida”.

Hace unos días saltó a algunos medios de comunicación una noticia de diciembre pasado: “Un padre de familia se ahorcó en una plaza de Hospitalet de Llobregat el día antes de que lo desahuciaran, a él, a su mujer y a su hijo pequeño. Hace tanto frío para dormir a la intemperie—dijo a un amigo”. Seguramente pudo parecer un suceso aislado fruto de circunstancias muy especiales de este hombre angustiado.

 

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Pero en España cada mes son desahuciadas más de 5.000 familias porque no pueden pagar la hipoteca o el alquiler. Los bancos y las cajas de ahorro, con la connivencia de los gobiernos, siguen haciendo pagar a los ciudadanos su avaricia irracional de tiempos de bonanza. Ni con la entrega del piso se conforman. Siguen y siguen ahogando para que paguen los abuelos con sus ahorros, con las  pensiones, o hipotecando su propia casa. La aplicación de la injusta Ley Hipotecaria está oprimiendo y asesinando a los más pobres.

El próximo domingo celebramos la Santísima Trinidad, y esta fiesta cristiana es una denuncia desgarrada ante una sociedad que está muy lejos de manifestar la entrega radical de amor que significa Trinidad. Una sociedad trinitaria es aquella en la que todos buscan el bien de los demás, y entregan su vida por ello. Una sociedad trinitaria es aquella en la que las personas son diversas, pero todas tienen, y son honradas, con la misma dignidad, con el mismo respeto, con el mismo cuidado. Una sociedad es trinitaria cuando al más débil, al que más sufre se le cuida más; no para hacerlo dependiente y esclavo; sino para hacerlo libre, y que su libertad entregada enriquezca a todos.

Vivimos, por desgracia, en una sociedad “tri-teísta”, en donde unos adoran al dinero que tienen; otros al poder y los privilegios que han conseguido; y para otros el consumo y la superficialidad son lo único en la vida. Todos los adoradores de estos tres dioses están dispuestos a que otros mueran, eso sí, por su inhumana idolatría.
Hoy, los creyentes en el Dios Uno y Trino estamos llamados a desenmascarar toda esa idolatría, y a construir la Ciudad que Dios quiere.

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