Inocentes, ayer

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    Veintiocho de diciembre:
    día de los inocentes.
    un día al que tanta gente
    reconoce -identifica-
    con las típicas bromitas
    de algún que otro pesado,
    el artículo imposible,
    el cuñadito jartible
    y un muñequito colgado.

    Aunque, rascando la cáscara
    del porqué tradicional
    que, a esta fiesta sin igual,
    diera razón y memoria,
    recordamos lo horrorosa,
    lo cruel y tenebrosa
    que es muchas veces la Historia.

    Así, por orden de Herodes,
    se segaron parvas vidas
    con la mano decidida
    y el poder por alegato,
    pasando a ser recordado
    el alarde comandado
    por cobarde asesinato.

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    Y el tiempo se fue pasando;
    y limando tradiciones
    recordamos con canciones
    y con bromas año a año,
    a una barbarie de antaño,
    a un descalabro indecente
    que a Herodes marcó su sino
    llevándose, de camino,
    a un puñado de inocentes.

    Inocentes recordados…
    pasó el tiempo, no la esencia,
    siguen fiel a la querencia
    de la muerte justiciera:
    inocentes en patera
    ahogados en negra piel,
    africanos en tropel
    asesinados de SIDA,
    atormentadas guaridas
    de torturas caribeñas,
    emponzoñadas cigüeñas
    por venenos conocidos…
    Tantas guerras, tanta mierda,
    que ya no hay bando ni cuerda
    sin su trocito podrido.

    Por eso, mucho me temo,
    que junto al bromista día
    de inocentes, de alegría
    y navideños colores,
    en el año y su teatro
    trescientos sesenta y cuatro
    siguen siendo Día de Herodes.

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