Hoy reparo en tus ojos, tus pupilas,
y la certeza eterna del amor
se hace realidad en tu candor
que da sentido a savias, clorofilas
reverdeciendo en mi tus intranquilas
manecillas del tiempo. Sin dolor,
sin ansiedad, sin prisa alrededor,
las aguas de mi ser vuelves tranquilas.
Y así, mientras te baño, la certeza
de mi inmensa fortuna se hace un río
de pompas de jabón y algarabía.
Absorto, admiro el don de la grandeza.
¿Quién pudiera negarme, hijo mío,
que en ti Dios me envió la lotería?