CASTILLOS DE CARTÓN
El cine europeo reciente está reflejando en sus historias relaciones a tres bandas, conscientes de su triangularidad (si es que existe la palabra), en las que una chica comparte el amor de dos chicos (antes solía ser al revés). Sin pensar demasiado, me vienen a la cabeza la francesa Soñadores (de Bertolucci), la alemana Los edukadores (de Weingartner), o la española Dieta mediterránea (dirigida por Joaquín Oristrell).
España, 2009 (101’)
Dirección: Salvador García Ruiz.
Producción: Gerardo Herrero.
Guión: Enrique Urbizu, basado en la novela homónima de Almudena Grandes.
Fotografía: Teo Delgado.
Música: Pascual Gaigne.
Montaje: Berta Frías.
Intérpretes: Adriana Ugarte (Jose), Nilo Mur (Marcos), Biel Durán (Jaime), Pepa Pedroche (Madre de Jose), Alfonso Torregrosa (Padre de Jose), Cristian Magaloni (Joaquín), Álvaro Aguilar (Hermano de Jose), Fernando Ripio (Benjamín), Patricia Teruel (Maribel), Diego Braguinsky (Profesor de pintura), Javier Aguayo (Angulo), Sergio Valiente (Miki).
Cierto que el género al que pertenecen es distinto, que el tono y la finalidad no son los mismos, pero no deja de ser curioso que sea un elemento que se esté repitiendo en los últimos años. Castillos de cartón, basada en la novela del mismo título de Almudena Grandes, también juega al mismo juego. Aunque reducirlo todo a decir que se trata simplemente de un triángulo amoroso sería demasiado simplista.
María José, Marcos y Jaime son tres estudiantes, compañeros de Bellas Artes, en el Madrid de los primeros años ochenta. Entre los tres surgirá una relación apasionada y de deseo, más allá de la pasión por la pintura, que durará toda su época de aprendizaje, salpicada de buenas rachas y de momentos difíciles, donde los celos hacen su aparición, hasta que los estudios terminen y se topen con el mundo real, donde ya nada resulta tan fácil.
García Ruiz tiene un buen toque, un modo elegante de contar historias. No es uno de los directores más conocidos de nuestro país, pero eso le importa poco. Se ha hecho un hueco entre los entendidos con sus películas, que siempre dejan buen sabor de boca. Y esta ocasión no es diferente. Pese a las escenas eróticas (que las hay, y bastantes) lo más importante no son las pasiones carnales, sino los sentimientos, las emociones, las que mueven a los personajes, las que les hacen buscar algo que llene el vacío que tienen dentro. Y son los desencuentros, los celos, artísticos, románticos, los que dirigen sus actuaciones. Y el título del filme (y de la novela de la que procede) refleja la clara evidencia, la fragilidad de la relación pesa a la apariencia de fortaleza de la misma.
Entre la tripleta interpretativa, Adriana Ugarte (ahora conocida casi por todo el mundo por protagonizar la serie La señora, aunque anteriormente ya había llamado la atención en películas como Cabeza de perro) demuestra que tiene un gran talento, un gran magnetismo y que sabe llenar la pantalla cuando aparece. Sus compañeros de reparto hacen lo que pueden, pero no llegan a su nivel.