Otoño huele a cambio en amarillo;
en suave anaranjado sobre el suelo;
en caricia grisácea desde el cielo
y entre olor a calor desde el husillo.
Todo vuelve a cambiar y, de improviso,
se confunden rocíos y calores
con estíos de secos bañadores;
con exacta lentitud y sin permiso.
Así los cambios viejos del planeta
se imponen en cuestión de dos semanas,
así vuelve a inventarse Dos Hermanas,
y así vuelven a ansiarse viejas metas.
Y yo vuelvo a soñar otro verano
que emigre a tantos bestias al volante,
que calle discotecas saturantes,
que obligue a conversar con el vecino
por algún chascarrillo vespertino,
que me acerque algo más a las personas,
y que no me arrepienta del fresquito
que ha traído a mi puerta un angelito
que ha meado su media botellona…