PARIS, PARIS
Tras el monumental éxito de la cinta Los chicos del coro, su director Christophe Barratier se embarca en un nuevo proyecto con el propósito de lograr otro triunfo similar. Y para ello, lo más fácil es repetir la fórmula. Con un estilo parecido (en la fotografía, en el ambiente que se respira, con algún intérprete que repite, un argumento que lo recuerda en más de un momento…) París, París se presenta como un homenaje al teatro de variedades, al musical de toda la vida, hecho con el amor de quien se apasiona por su trabajo, pero no tiene los medios para hacerlo como realmente le gustaría.
Francia-Alemania-Rep. Checa, 2008 (120’)
Título original: Faubourg 36.
Director: Christophe Barratier.
Producción: Nicolas Mauvernay, Jacques Perrin.
Guión: ss.
Fotografía: Tom Stern.
Música: Reinhardt Wagner.
Montaje: Yves Deschamps.
Intérpretes: Gérad Jugnot (Pigoil), Clovis Cornillac (Milou), Kad Merad (Jacky), Nora Arnezeder (Douce), Pierre Richard (Señor Transistor), Bernard-Pierre Donnadieu (Galapiat), Maxence Perrin (Jojo), François Morel (Célestin), Élisabeth Vitali (Viviane), Christophe Kourotchkine (Lebeaupin), Eric Prat (Comisario Tortil)
La historia nos sitúa al comienzo de 1936. El Chansonia es un pequeño teatro de un pequeño barrio obrero (que quizás antes tuvo un nombre, pero al que ahora todo el mundo conoce simplemente por Faubourg –Suburbio–) que da trabajo a muchos de sus habitantes desde hace años, pero la situación que atraviesa no es la mejor, precisamente, y su propietario, acuciado por las deudas, se suicida, y el teatro pasa a las manos de un mafioso local, que lo cierra enviando a todos al paro. Meses después, tras la victoria del Frente Popular y el inicio de las ‘revueltas’ sindicalistas, tres amigos, antiguos trabajadores del Chansonia, deciden ocupar el teatro con la intención de preparar el local, y con la ayuda de los vecinos, montar un musical de éxito que les permita comprarlo.
Las referencias a Los chicos del coro son varias y claras. El director ha preferido seguir por el camino que ya conocía y que tantos triunfos le dio, para asegurarse nuevamente el apoyo del público. Pero podríamos encontrar también referencias más que evidentes a las películas que más han utilizado (en el más amplio sentido de la palabra) a París como escenario y casi como un personaje más en los últimos años: Amélie y, sobre todo, Moulin Rouge. De la primera toma (entre otras cosas) al personaje del señor Transistor (un anciano que vive recluido en su casa sin salir a la calle desde hace décadas), y de la segunda, no sólo la pasión de sus intérpretes por los números musicales, sino fundamentalmente la trama de la historia de amor: la chica, joven y bella, la estrella de la compañía y uno de los jóvenes actores, enfrentados al malvado propietario, quien (si quiere, o si ella no quiere) puede hundir el teatro y mandarlos a todos al arroyo).
La cinta está construida con los mimbres adecuados para gustar al gran público. Está repleta de sentimientos, de emociones, de complicidad y ternura hacia unos personajes amables que sufren y con los que uno puede sentirse fácilmente identificado. Pero no deja de ser más que un producto fácil, demasiado almibarado, demasiado previsible para cualquiera que haya visto no demasiadas películas. No llega a aburrir, se mantiene (casi) siempre en un nivel notable, pero tampoco aporta nada nuevo, no ofrece nada que no hayamos visto ya antes miles de veces, lo que hace que sea fácilmente previsible, y que el espectador vaya siempre un paso por delante del director, precisamente por lo dicho, porque ya lo hemos visto, porque ya hemos estado allí.