Religión o Vida

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(Juan 9, 1-41) En el evangelio de esta semana las autoridades religiosas de los judíos le presentan a Jesús el problema de una persona para que él defienda a Dios. Se trata de un ciego de nacimiento. Como la religión judía pensaba que todas las desgracias eran castigo de Dios y aquel hombre era ciego de nacimiento, ¿quién había pecado?: ¿él, antes de nacer?, imposible; ¿sus padres, y Dios castigó a los padres en los ojos de un niño inocente?, cruel. ¿Cómo defender a Dios en semejante problema?

 

Jesucristo no defiende a Dios, no viene a defender la religión; actúa como Dios quiere; realiza la voluntad del Padre: hace barro con tierra y su saliva y cura al ciego, que con fe se fía de su palabra. Aquel ciego se llena tan profundamente de la luz de Jesús que no teme enfrentarse con las autoridades por manifestar que la vida auténtica, y no la religiosa o lo políticamente correcto es lo que importa.
Cuando se contrapone la religión con la vida algo ha fallado: o se ha manipulado la religión, o se ha perdido el horizonte de la vida auténtica. ¿Necesitará Dios alguna vez de nuestra defensa? Nuestra misión, como nos muestra Jesús, es estar al servicio de la vida verdadera, que no se decide en ver o no ver; que no está en tener o no tener. La vida verdadera está en vivir con confianza y alegría; en vivir expresando amor y ternura; en vivir con ilusión y esperanza. El deber religioso de los cristianos está en impulsar la vida de quien la tiene disminuida.  
Como cristianos hemos de ser defensores de la vida  con nuestra palabra, con nuestras actitudes, con nuestras acciones. Si tu empeño está sólo en defender tu propia vida, la perderás; pero si pierdes la vida por la de los más débiles, la ganarás. Palabra.

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