Nada tras la cortina de humo

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Los crímenes de OxfordLOS CRÍMENES DE OXFORD

Puede que sea casualidad, pero no por ello deja de ser menos cierto que cada vez que Álex de la Iglesia se ha decidido a rodar en inglés (esta es la segunda vez, tras aquella olvidable Perdita Durango) ha perdido bastante (por no decir todo) de ese encanto (sé que no es la palabra más acertada para definirlo, pero ustedes me entienden…) que tan bien le ha funcionado en sus otras películas, especialmente en las magníficas El día de la bestia y La comunidad, y también, aunque en menor grado, en 800 balas, Muertos de risa o Crimen ferpecto.
 

España-Reino Unido-Francia, 2008. (110’)
Título original: The Oxford murders.
Director: Alex de la Iglesia.
Producción: Mariela Besuievski, Gerardo Herrero, Álex de la Iglesia.
Guión: Jorge Guerricaechevarría y Álex de la Iglesia, basado en la novela de Guillermo Martínez.
Fotografia: Kiko de la Rica.
Música: Roque Baños.
Montaje: Alejandro Lázaro y Cristina Pastor
Intérpretes: John Hurt (Arthur Seldom), Elijah Wood (Martin), Leonor Watling (Lorna), Julie Cox (Beth), Burn Gorman (Podorov), Anna Massey (Sra Eagleton), Jim Carter (Inspector Petersen), Alan David (Sr. Higgins), Dominique Pinon (Padre niña enferma), Ian East (Howard Green), Alex Cox (Kalman), Danny Sapani (Scott), Martin Nigel Davey (Profesor Wilkes).

En todas ellas había un humor que, en ocasiones, rozaba el esperpento, con personajes mundanos, muy ‘freakies’, pero llenos de humanidad, con los que el espectador llegaba a identificarse en muchas ocasiones. Aquí no hay nada de eso. De la Iglesia se ha querido poner serio, y lo que es peor, intelectual, y el resultado deja bastante que desear.
Una anciana aparece asesinada en su domicilio, a las afueras de Oxford. El cadáver es encontrado por dos hombres que poco antes han tenido un leve encontronazo: Arthur Seldom, prestigioso profesor de Lógica, y Martin, un estudiante americano que ha llegado a la ciudad con la intención de que el profesor dirija su tesis. Además, ambos tenían relación con la asesinada: Arthur es un viejo amigo y conducía el coche en cuyo accidente, años atrás, falleció el marido de la señora y ella quedó impedida; y el joven se aloja en la casa durante su estancia en la ciudad. 

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Pero la muerte de la señora no es más que la primera de una serie de asesinatos con el punto en común de que son crímenes imperceptibles, que podrían pasar como muertes naturales, de no ser porque cada uno de ellos va acompañado de un mensaje, un símbolo que forma parte de una serie lógica que los protagonistas deben descubrir para poder solucionar el caso.
Los crímenes de Oxford es una película aburrida, tediosa, y que no cuenta prácticamente nada. El caso no se resolvería (como intentan convencernos) al conocer cuál es el siguiente símbolo, porque, en ese caso, seguiríamos sin saber quién va a ser la siguiente víctima, y sobre todo, quien es el asesino.

A lo largo de la película se nos van abriendo muchas puertas, muchas posibilidades para resolver el caso, para al final llegar a la conclusión más banal: no es que la posibilidad correcta sea la más simple (que ya sería despreciable), sino que ni siquiera hay caso que resolver, y todo se desvanece en una cortina de humo.

Los personajes no tienen apenas entidad, y son los de las dos chicas los que tienen más enjundia. Los dos protagonistas masculinos, sobre todo el de Martin, son absurdos: ¿cómo se puede pretender ‘conquistar’ intelectualmente a un prestigioso profesor con esa pregunta tan ridícula y tan mema?

 Lo mejor de la película, ese plano secuencia falso en el que los personajes se cruzan, víctimas del azar, y ese final, ese encuentro en un museo lleno de falsificaciones, en el que hay una transferencia de culpa, cuya única explicación posible (no encuentro otra) es quedarse con la chica (no es para menos, ya que ella no es ni más ni menos que la sensual Leonor Watling). Jamás ha habido caso, casi ni crímenes, jamás ha habido serie lógica que investigar ni asesino que buscar, lo único, una lucha de dos mentes (supuestamente) privilegiadas para eliminarse mutuamente en la carrera por conquistar a la mujer que ha conquistado a ambos.

 

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