Dolores nació un 29 de abril allá por los años 30 en la “Calle El Pinar” (Manuel de Falla) de Dos Hermanas. Hija de Josefa López Gómez y Antonio Barbero Alcocer, se siente agradecida primero por la vida que le dieron y luego por haber podido trabajar durante toda su vida, ejemplo de lucha y constancia, muestra fiel del sudor y sangre con el que ganó todo, lo cual la satisface. De sus padres recuerda la bondad y el esfuerzo con el que lograron sacar adelante a la familia, desviviéndose por todos sus hijos y enfrentándose al baile de los tiempos mejores y peores, en una época siempre difícil, también para nuestro pueblo. De sus abuelos paternos (Manuel y Mercedes) puede decir que no los conoció; de los otros guarda en su memoria el cariño y zalamería de su abuelo Manuel ‘El Ratón’, quien murió siendo ella muy pequeña, y en especial la sinceridad y simpatía de su inolvidable abuela Filomena con la que convivió gran parte de su vida.
Destaca Dolores por su amor y entrega a toda la familia y en especial a sus hermanos. Constante aún es su adoración por ellos: Mercedes, Filomena y Pepita, así como Rosarito y Manolo (tras ella), sin olvidar a su querido hermano Antonio, fallecido a los nueve meses de nacer.
Entre sus amistades destaca a la entrañable ‘Anita Le’ y la numerosa clientela de la panadería que regentó, así como a su propia madre, su mejor amiga y a la que más echó de menos con los años. Y es que nunca supo sobrellevar la falta de los seres más queridos.
Su adolescencia transcurrió feliz, como su infancia, muy a pesar de los tiempos que corrían, siempre junto a su familia, amigas y compañeras de trabajo. Tras estudiar breve tiempo en el Colegio de la Sagrada Familia, desde muy joven y al igual que sus hermanas (tampoco Dolores quería que su madre trabajara fuera de casa), trabajó en los diversos almacenes de aceitunas que ha dado Dos Hermanas, pero fue en La Huerta Casanova de la calle San José (almacén de Serra Pickman) donde permaneció más tiempo.
Por entonces vivía en la calle Lope de Vega, luego en la calle Campoamor durante corto tiempo y, finalmente, en ‘La Carretera’ (Avenida de Andalucía). En esa época conoció al que luego sería su marido, Francisco Díaz Durán (‘el Chindango’), con quien llegó a contraer matrimonio (la gran ilusión de su vida) en la parroquia Nuestra Señora del Rocío en el año 1962.
Tras la boda marcharon a vivir a otra casa también en la misma carretera, donde regentaron una concurrida taberna, estando Dolores al frente de la cocina con el adobo y las tarvinas como especialidades.
El nacimiento de sus hijas fue su mayor aliciente, el mayor de sus tesoros por siempre: Dolores y Paqui (“las niñas de sus ojos”). Unos años más tarde su vida laboral volvió a darle independeicia al frente de una panadería y posterior tienda de comestibles, frutería incluida. Trabajadora nata desde altas horas de la mañana, todos los días de la semana durante casi 30 años con la panadería, siempre estuvo disponible en el local de la casa de esquina donde hoy en día continúa viviendo. Cuántos recuerdos, cuántos momentos y anécdotas vividas, cuántas compartidas… anidan en su memoria.
Dolores, quizás fuera en el pasado una tímida joven, pero se hizo con el tiempo una fuerte y valiente mujer, lo suficiente como para echar siempre adelante, pudiendo con todo. La vida misma la obligó a ello, pero sin dejar jamás de saber estar con su dulzura en todo momento. A Dolores le gustaría ser recordada como aquella buena persona que siempre deseó lo mejor para todos, además de ser profundamente familiar y siempre mujer trabajadora. Dice “querer quedarse en un sueño” cuando tenga que marchar, pues, a pesar de ser católica creyente y practicante, sólo la muerte le sigue provocando miedo.
No siente odio por nadie, y ante lo malo es la indiferencia su mejor respuesta. Son para ella la lealtad y sinceridad de las personas lo más importante, posible razón de la admiración que aún hoy siente por su progenitora, así como por su propia persona, modestia aparte, justo lo que suele sentir por ella todo aquel que la conoce, así como el mayor de los cariños su familia.
Nada cambiaría de su vida esta mujer nazarena, y a nadie tiene que pedir perdón pues no tiene que arrepentirse de cosa alguna. En cambio sí le pide a Dios la unión de la sociedad y, en especial, de la familia; salud y trabajo para todos. A Él también da gracias por el amor recíproco de sus yernos y nietos (la mayor recompensa de su vida): Francisco José, Pablo, Gabriel y Marina.
Entre sus aficiones destaca el cine y el teatro. De Dos Hermanas son las costumbres y tradiciones lo que más le gusta, y que la inseguridad ciudadana lo que menos.
Si el amor tuviera nombre de mujer, sería seguro Dolores Barbero López, mujer con nobleza por bandera, cultivadora de bellas obras a lo largo de la vida, derramando la elegancia de los buenos sentimientos, los que nacen en el alma… y parecen poesía.