(Lucas 16, 19-31) Antes eran otros los que tenían en su país empresas multinacionales que explotaban a los trabajadores de los países más pobres. Antes eran otros los que trataban mal, incomprensiblemente, a los emigrantes que sólo buscaban trabajo y dignidad. Eran otros los que los perseguían y los expulsaban, los que los marginaban por el color de su piel.
Antes eran otros los que mandaban sus soldados más jóvenes, siempre de familias pobres, a países empobrecidos donde mataban y morían por razones no siempre comprensibles. Antes eran otros la élite mundial de la investigación, eran otros los que investigaban con el riesgo de manipular la realidad humana.
Antes eran otros y ahora somos también nosotros. Antes les juzgábamos como inhumanos e insensibles; y ahora somos nosotros los que no nos inmutamos ante el hambre del Tercer Mundo. Somos nosotros los que nos quedamos perplejos, pero sin hacer nada, ante una inmigración que nos dibujan como amenazante. Ahora somos nosotros los que defendemos que sólo es bueno lo que nos beneficia. Somos nosotros los que nos hemos vuelto insensibles de derroche, de consumo, de individualismo, de riqueza.
No es esa nuestra fe: que no se atreva a llamarse cristiano quien permanece insensible ante el que sufre y no busca alguna forma de compartir y paliar su sufrimiento.