Edmond Halley, renombrado astrónomo y matemático, conocido por el cometa que lleva su nombre, inició en 1716 los planes para que decenas de científicos recorrieran el planeta en busca de unos datos muy especiales. Tenían tiempo de sobra, las expediciones debían ir a puntos muy dispersos de la Tierra en los que fueran visibles los tránsitos de Venus que Halley había predicho para 1761 y 1769.
¿Y qué es un tránsito de Venus? Básicamente, es cuando Venus se coloca entre la Tierra y el Sol, tapando una pequeña parte de este último. Recordemos que cuando la Luna se pone delante del Sol (eclipse lunar), lo tapa entero (o casi entero) por unos instantes. Un tránsito de Venus es más como lo que vemos en la imagen: un pequeño disco negro transitando por el Sol. Lo que los científicos tenían que medir era la hora exacta en la que Venus comenzaba a transitar el Sol, y también la hora exacta en la que terminaba dicho tránsito. Esa medida de tiempo sería diferente según el lugar de la Tierra desde el que se observase. Y lo más importante, con todos esos datos se podría calcular la distancia al Sol con una precisión excelente para la época.
Saber la distancia al Sol nos puede parecer una mera curiosidad científica. Sin embargo es un dato esencial para técnicas como la cartografía. Muchos barcos de la época visitaban por primera vez cientos de costas, arrecifes e islas, y no eran capaces de reclamarlas para sus países (particularmente España, Francia y Reino Unido) por no haberlas cartografiado adecuadamente. Así que el interés de los Gobiernos por este dato en particular era enorme. Tanto fue así que los científicos, en su mayoría británicos y franceses, recibieron de ambos bandos permisos especiales para viajar por el mundo en pleno apogeo de la Guerra de los Siete Años, que terminó dos años después de la expedición de 1761. Para hacer las expediciones más difíciles, cabe recordar que tuvieron que cargar con pesados y frágiles aparatos de medida. Por lo que cada expedición necesitó de su correspondiente séquito de musculosos acompañantes.
Las desventuras y parabienes de estos viajeros dan para una novela sin desperdicio, pero contaré algunas de sus historias en breve para dar una leve idea de la magnitud del evento.
Neville Maskelyne fue enviado a Santa Helena, en medio del Atlántico, donde la comida era penosa y el clima insoportable. Todo para que cuando llegara el día del tránsito (6 de junio de 1761) las nubes cubrieran el cielo y no pudiera hacer medición alguna.
Jeremiah Dixon y Charles Mason partieron hacia Sumatra, cuando poco después de zarpar fueron atacados por un navío francés. Con 11 muertos y 37 heridos regresaron a puerto. Cambiaron de planes y se destinaron a Ciudad del Cabo, donde recogieron muy buenos datos.
El Padre Hell (S.I.) fue a Noruega donde el frío era intenso incluso durante aquel junio, aunque tuvo éxito con sus mediciones. John Winthrop fue a Newfoundland y Labrador, donde casi se lo comen vivo los insectos.
En la segunda expedición (3 y 4 de junio de 1769) la guerra había terminado pero no las situaciones extremas. Cabe destacar la expedición de Jean-Baptiste Chappe d'Auteroche a Baja California, que les supuso cruzar el Atlántico y el peligroso desierto mexicano con aquellas pesadas cajas. Lograron hacer las medidas, pero la peste mató a todos menos a tres, de los cuales sólo uno regresó vivo a París con los datos.
Otra notable aventura fue la del famoso Capitán James Cook con sus marineros aburridos y ávidos de sexo. Hicieron escala en Tahití donde llevaron a cabo las mediciones y protagonizaron una rocambolesca historia con las féminas locales.
Queda Internet para el que quiera conocer más aventuras del tránsito de Venus.