Galileo, incansable y tozudo de la verdad científica, apuntaba una tarde de verano de 1612 su telescopio directamente hacia el astro rey. Papiro y pluma en mano dibujaba las manchas que el Sol mostraba. El hecho de que nuestro Sol, a todas luces puro e inmaculado, tuviera manchas (si lo mirabas con más detenimiento) no era más que otra herejía para añadir a la lista que sus perseguidores iban confeccionando. Pero nada más lejos del astrónomo que mostrarse sensacionalista. Galileo quería saber de dónde venían las manchas del Sol y cómo se comportaban. Cada tarde dibujaba la nueva posición y forma de las manchas. Las conclusiones no tardaron en saltar del papel: las manchas viajaban sobre la superficie del Sol en un movimiento de rotación alrededor de un eje físico que lo atravesaba de lado a lado. No era pues muy arriesgado afirmar que, al igual que la Tierra, el Sol gira sobre su propio eje. Como hacía sus dibujos aproximadamente a la misma hora cada día, el efecto de que las manchas atraviesan la superficie se puede ver pasando rápidamente las hojas que dibujó como en una secuencia de animación. Aquellos que tengáis Internet podéis ver una página dedicada al tema, así como las citadas animaciones en la dirección http://galileo.rice.edu/sci/observations/sunspot_drawings.html
Hoy sabemos que las manchas solares son espectaculares nudos magnéticos alimentados por el dínamo interno del Sol y trasladados por su cinturón de transporte. ¿Y qué es ese cinturón? Me voy a permitir una comparación un poquito burda: sabrá el lector que las corrientes marinas en nuestros océanos son uno de los agentes fundamentales a la hora de determinar el clima en la Tierra (Me remito al artículo publicado en esta sección el pasado 14 de diciembre). Bien, pues el Sol tiene sus propias corrientes que en lugar de estar regidas por las leyes de la hidrodinámica (el movimiento de fluidos), están regidas por las leyes de la electrodinámica (el movimiento de gases de partículas con carga eléctrica). Esas corrientes internas son las conocidas como cinturón de transporte del Sol.
Una mancha es pues una maraña electromagnética que emerge desde el interior del Sol a la superficie impulsada por el dínamo interno. ¿Por qué emerge? Porque el campo electromagnético bloquea el flujo de calor en esa zona, haciendo que la presión y la temperatura sean menores… la mejor comparación que se me ocurre es también la más obvia: una burbuja de aire subiendo hasta la superficie del agua. Durante varias semanas se muestra esplendorosa en la superficie del Sol, y acompaña su giro, tal y como pudo ver Galileo. Su temperatura es por ese entonces de unos cuantos miles de grados, que comparada con el panorama infernal que la rodea es bastante fresquito. Finalmente se desvanece dejando unos restos de campos magnéticos débiles llamados cadáveres. Estos cadáveres hacen un largo viaje hacia los polos magnéticos del Sol a la vez que se van hundiendo en la superficie. Cuando llegan a una profundidad de unos 200.000 kilómetros bajo la superficie del Sol vuelven a ser alimentados y amplificados por el dínamo interno, de manera que vuelven a crecer para formar nuevas manchas solares a punto de emerger.
Esta es la vida y milagros de una mancha solar. Pero no piensen que por ser una mancha es digna de menosprecio; muchas de ellas son tan grandes como varios planetas juntos, y por supuesto más grandes que nuestra Tierra. Poca cosa somos en estas escalas.
Imagino que ahora, fascinados por mi prosa, correrán raudos a buscar las manchas en el Sol. Por variar, me permito desanimarlos: en los próximos meses verán pocas o ninguna mancha en el Sol. Desde inicios de 2006 nos encontramos en un periodo llamado ‘el mínimo solar’, pero esa, como muchas, es otra historia.