—El ‘Nazareno’ está tonto. Así no vamos a ningún lado. Primero espanta a Rubén, aquel hombre rico de Magdala que venía a juntarse a nuestro grupo; y ahora nos dice eso de la vieja: que si ha sido la más generosa, que si los demás han echado menos que ella, que si tenemos que aprender de esa mujer. Que la vieja haya echado unos céntimos para el Templo, ¿qué nos beneficia a nosotros? Yo no lo entiendo.
—Judas, no seas cerrado, hombre. Jesús se dio cuenta de la generosidad de la mujer y nos estuvo explicando que sólo quien sea generoso como ella será digno de todos los dones que Dios le ha dado. ¿Qué tienes tú, o qué tengo yo, que Dios no nos haya regalado? Y, sin embargo, no somos capaces de renunciar a cosas sin importancia por ayudar a los demás, siempre ponemos excusas para no compartir. Esa mezquindad retrata nuestro corazón; ni permite que cambiemos nuestro pueblo, ni nos conduce ni a la paz.
—Bueno fue a hablar, el recaudador de impuestos, el que ha robado más denarios que pelos tiene en la cabeza. ¡Mateo, que te veo! Lo que nos interesa es que se nos arrimen unos cuantos ricos con ganas de ser tenidos por prohombres, con ganas de ser alabados por un hombre de Dios. Con su dinero sí podremos ganarnos la voluntad de unos cuantos miserables, y después de más… Con dinero sí podremos llegar al poder y hacer todo lo que haga falta por los pobres.
—Judas, una pregunta: ¿a ti te importan, de verdad, algo los pobres?