Hace ya bastantes años, tanto en los pueblos como en las ciudades, los niños jugábamos mucho en la calle. La calle era uno de los ambientes donde los niños y las niñas pasábamos muchas horas del día y nos desarrollábamos. Los amigos, las aventuras infantiles, los primeros pasos del mundo adulto (cigarrillos, revistas, el acercamiento al otro sexo, etc.) eran cosas que se aprendían y se hacían en la calle. Esto era lo normal. Hoy, hablar de los chicos y de las chicas de la calle es nombrar a los chicos marginados, a los hijos de las familias desestructuradas, a los futuros delincuentes. A los niños y a las niñas de las familias normalizadas no se les puede dejar en la calle porque allí hay muchos peligros: droga, violencia, robos y atropellos.
Vamos a lo más fácil. Retiramos a nuestros hijos de la calle y no nos preocupamos de cuales son las causas que están generando los fenómenos que nos asustan; de quiénes son los que se enriquecen a costa de ellos y, por eso, los fomentan.
El actual sistema de vida ha conseguido que los adultos estemos muy preocupados en trabajar y en tener dinero y muy cansados para plantearnos las cosas que están pasando a nuestro alrededor. La publicidad que nos invade, se dirige prioritariamente a los más pequeños, y éstos consiguen, a base de insistir, que los adultos cedamos a sus peticiones y, así, se llenen de cosas no siempre necesarias.
En muchos casos da la impresión que, con todo este sistema, estamos haciendo de los niños pequeños dictadores que logran imponer su voluntad, mejor dicho, la voluntad de los que están dirigiendo el cotarro desde la sombra. La dificultad grande vendrá cuando crezcan y tengan que enfrentarse, por su cuenta, a este ritmo de consumo al que lo estamos acostumbrando y que han logrado con muy poco esfuerzo por su parte. Cómo van a poder hacerlo y cuáles son los recursos, no sólo materiales, con los que van a poder contar.
Los niños y los jóvenes, como nos sucedió a los que hoy somos adultos, necesitan a sus procesos de aprendizaje modelos de referencia. Educadores y educadoras que tengan claro un proyecto de persona que se puede lograr poco a poco y con trabajo personal, que las cosas materiales sólo son medios, y su abundancia, en muchas ocasiones, las convierte en fines.
Además, conviene tener en cuenta la importancia de afrontar, con las personas que tenemos que educar, los conflictos que se van a producir; sobre todo, cuando para llevar adelante el proyecto educativo, el educador tiene que decir “no” al educando.
Muchas personas nunca agradeceremos lo suficiente los “noes” de nuestros educadores cuando nos estábamos formando como personas. No tanto por las cosas que nos negaron cuanto por cómo posibilitaron el enfrentarnos a nosotros mismos y a lo que, en aquel momento, nos resultaba lo más cómodo.
“Vivir significa asumir la responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna continuamente a cada individuo.”
“El hombre en busca de sentido.” V.E. Franhl.