Pienso que no cala bien lo grave que es la sequía cuando entro al servicio de un establecimiento público y observo el derroche de agua que se escapa por el chorro de los lavabos. Son dosis automáticas que dan para lavarse veinte veces las manos.
Los últimos que visité, por citar sólo un par de ellos, fueron los del patio de la Montería del Real Alcázar de Sevilla y los del centro comercial Alcampo. Allí abres el grifo y ala: ¡agua va! Agua va sí. Pero esta es limpia, limpita y se escapa tontamente por un tubo. Una pena.
Ya hace varias décadas que se disparan las alarmas por estas fechas dando la alerta sobre el estado de los pantanos. Nos dicen que azota la sequía, y hay que usar el agua sin abusar para que el chorro no se agote. Pero esa alerta parece solo de boquilla porque nadie sabe lo que vale un grifo abierto hasta que no lo pierde. También están los que no lo tienen ni lo han tenido nunca. Pero esa es otra historia.
En este primer mundo nuestro, tan conflictivo y tan confortable, cada vez hay más piscinas y más zonas de ocio que requieren riegos mientras merman los recursos naturales con la desertización y los incendios. El agua es hoy un bien tan preciado, tan precioso, tan preciso y tan escaso que ya va siendo hora de poner en los papeles, en las pantallas y en las antenas de radio y televisión aviso de urgencia para que no se desperdicie.
Los datos del tema son estos: los pantanos están a la mitad de su capacidad: justo un treinta por ciento menos que el año pasado. El consumo per capita diario se estima en la increíble barbaridad de 147 litros aunque lo recomendable es no pasar de los cincuenta, que ya está bien. Pero leo por ahí, oh dolor, lo que dice un experto responsable de la cosa: now problem por ahora, señoras y señores. Aquí no hay carné de gasto por puntos. Las reservas dan para dos años más sin que caiga una gota. Pues mire usted qué bien…
En la próxima década tenemos que ponernos a nivel europeo y el agua costará más dinero. Tanto que será imposible mantener contadores comunitarios en los bloques de pisos. Nosotros ya los tenemos. Cada cual, al fin, paga lo suyo y el recibo de los que la tiran tontamente es más grande que el de los que la cuidan como un don del cielo que nos da la vida.