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(Marcos 14,1-15,47) La pasión de Jesucristo fue una tragedia en lo humano para aquel hombre y para los suyos; y, a la vez, la misión divina de la salvación de la humanidad por amor y en el amor. Como siempre en la fe cristiana, lo radicalmente humano encuentra eco en el corazón de Dios. La humanidad se vio, también, retratada en las personas que intervinieron en ella; tú y yo mismo, también.

Todos hemos sido ‘Pilatos’, lavándonos las manos y consintiendo con la injusticia contra el más débil, por conveniencias, por cobardía. Y también guardias crueles que desahogan sus frustraciones maltratando a quien está solo y no va a poder defenderse. Hemos sido hasta vulgares sayones que, amparados por la crueldad del poderoso, hemos escupido, empujado, desnudado, hemos burlado a quien no tenía defensa. Todos hemos aclamado el domingo con palmas al que parecía triunfante; y al viernes siguiente hemos renegado de él gritando: “Crucifícalo, crucifícalo”.

Todos hemos sido Pedro en su negación, Judas en su traición y Marcos en su huida. Estuvimos a las maduras y parecíamos buenos amigos; pero en las duras no pudimos soportar la presión y nos alejamos vergonzosamente de quien nos necesitaba.

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Todos hemos sido, también a veces, Simón de Cirene y Verónica, y hemos procurado aliviar, en lo que podíamos, con ternura, al Cristo Vivo que se cruzó en nuestro camino. También, algunas veces, hemos sido Juan o María que, permaneciendo a los pies de la cruz, compartimos el sufrimiento de quien amábamos.

No dejes pasar este tiempo sin mirarte a la cara, en lo concreto de tu vida, desde la misericordia de quien se entregó por ti, por mi, por todos.

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