(Mateo 22, 15-21) EN ESPAÑA, tenemos un problema con la política. Muchas veces tenemos la sensación de que nuestros gobernantes no saben gobernar. No es que tengan mala intención, o que pretendan hacer daño a la ciudadanía. Ni siquiera el problema es de las personas; el problema es más grave porque es estructural. Por lo menos así lo creo.
La falta de cultura democrática de nosotros, los ciudadanos, y la lógica de superficialidad y titulares llamativos, impuesta por las redes sociales, hace que nuestro voto no se decida por quién creemos que gestionará mejor los problemas de nuestra sociedad, sino por quién dice la frase más redonda y escandalosa. Quien acusa con más contundencia y maneja mejor los medios de comunicación alcanza la victoria electoral, aunque no sepa después cómo resolver los problemas del pueblo.
Además, las luchas de poder en el interior de cada partido político son tan enconadas y las cúpulas de los mismos tienen tanto poder que quien va escalando puestos en ellos no son los más preparados, ni los más capaces para la gestión de lo público, sino quien más capacidad tiene para la refriega sectaria y para la adhesión incondicional al que manda en ese momento.
La democracia de partidos políticos tiene, como todo en la vida, posibilidades y peligros. Parece que en nuestro caso están pesando más los segundos. Los cristianos, como todos los ciudadanos, hemos de preocuparnos por los problemas políticos y sociales; en nuestra preocupación tiene que estar crear un mundo más justo desde el bien común. Pero cada vez parece más difícil encontrar la manera de hacerlo; y, sin embargo, es imprescindible que entre todos veamos cómo ponernos con efectividad al servicio del bien común.