2019. El archivo municipal, custodio de la memoria local

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El Archivo Municipal de Dos-Hermanas es un gran desconocido, y, sin embargo, es pieza fundamental para todo aquel que quiera estudiar o acercarse a la Historia de nuestra ciudad desde el siglo XVII hasta nuestros días.

Desde los orígenes del concejo o Ayuntamiento nazareno, la documentación generada por el mismo estuvo a cargo del escribano del concejo o cabildo (actualmente, secretario). Dicha documentación se guardó en un estante situado en una de las salas de la casa consistorial, salvo los libros de actas capitulares, que eran guardados en muchas ocasiones en la escribanía pública de Dos-Hermanas, pues el escribano público casi siempre lo era también del propio concejo. Por esta razón, algunos de los libros de actas del siglo XVI se encuentran hoy custodiados junto a la documentación notarial en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla.

En el siglo XVIII, la sala destinada al archivo del cabildo presentaba un mal estado de conservación (esto reflejaba el escaso interés que mostraban las autoridades de la villa por el archivo). En noviembre de 1748, don Ignacio Ruiz de Larrea, juez de residencia nombrado por el marqués de Dos-Hermanas, abrió un proceso para evaluar y controlar la actuación de los capitulares nazarenos desde 1731 hasta 1747.

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Mandatos de Ruiz de Larrea

Entre los capítulos o mandatos emitidos por Ruiz de Larrea para remediar los fallos cometidos por el concejo de la villa estaba el siguiente: era imprescindible reparar los edificios de las casas capitulares, del pósito, y de la cárcel y carnicería, que se encontraban ruinosos, y “especialmente un cuarto de las casas capitulares destinado para el archivo de papeles”.

Sin embargo, no se puso remedio al estado ruinoso del archivo hasta el año siguiente. En el cabildo abierto celebrado el 5 de octubre de 1749 se decidió destinar 1.095 reales de vellón a la reedificación del archivo del concejo y de la carnicería pública.

A finales de esa misma centuria, sabemos que el estante que contenía la documentación del archivo municipal se encontraba en la habitación reservada para el escribano del concejo, que estaba en la planta alta de la casa del Ayuntamiento. Y es curioso que ya por entonces esa documentación, que seguía estando mezclada con los libros de protocolos notariales, no se encontraba en carpetas y rotuladas, imperando, por tanto, el desorden.

Pasado el tiempo, destacable fue la moción que en septiembre de 1895 presentaron los concejales Jesús de Grimarest, Joaquín García y José Salguero en la que se ponía de relieve el mal estado y desorden que presentaba el archivo municipal, a pesar de que ya había una persona encargada de dar solución a ese problema. Esa misma moción sería presentada nuevamente en mayo de 1902, acordándose entonces contratar temporeros.

Poner orden en el caos
El archivo municipal nazareno ha sufrido siempre un desorden ‘crónico’, siendo cinco las ocasiones en que ha sido organizado (al menos, documentadas). La primera tuvo lugar en 1877, siendo el propio secretario, Antonio García Villaverde, el encargado de hacerlo, pagándosele 200 pesetas por las horas extraordinarias que empleó. La segunda se desarrolló entre 1894 y 1896, encomendándose la tarea a Antonio Guerra Bejarano, hermano de uno de los maestros de la villa. Fue contratado como auxiliar temporero, cobrando por su trabajo 93 pesetas al mes. Este curioso personaje dejó su huella en las actas capitulares de 1609, al escribir a lápiz en uno de los márgenes: “¿Quién entiende esto?”. Mostraba así su queja por la mala caligrafía del escribano Juan de Pozas.
La tercera organización del archivo se dio en 1902, contratándose para tal efecto a Emilio Ruiz Perea, y cobrando por ello 1.500 pesetas anuales. La cuarta fue entre 1929 y 1931, que dio como resultado el inventario de 1929, el más antiguo que se conserva en la actualidad. Y la última se llevó a cabo en 1983-1984, por Antonio José López Gutiérrez y José Luis López Garrido, gracias a un proyecto subvencionado por la Diputación de Sevilla. Se trata ésta de la más importante, lográndose reunir toda la documentación del archivo que, hasta entonces, se encontraba dispersa en las casas consistoriales y depósito municipal. Fruto de esa última organización fue la publicación de un inventario en 1985, que sigue siendo herramienta útil para conocer el archivo.

Ya por esas fechas, hubo sospechas de que se había perdido documentación, sospechas que llegaron al gobernador civil de la provincia. El entonces alcalde, Francisco Baena de León, no tuvo más remedio que enviarle una carta el 7 de febrero de 1898, en la que le exponía que en el tiempo que llevaba de alcalde estaban “todos los libros y documentos completos y en Secretaría, sin que en dicho período haya autorizado la salida del archivo ningún documento de los que en él resultan”.

En mayo de 1906, la mala marcha de la Secretaría y el abandono en que se encontraba el archivo municipal motivaron la destitución fulminante del secretario Manuel Caballero Galindo. No debemos olvidar que uno de los cometidos del secretario era la custodia del archivo municipal.

Pero la marcha de Galindo no mejoró el funcionamiento del archivo, dándose entonces algunas ‘sustracciones’ cuya autoría se desconoce. En una carta del alcalde al gobernador, de 2 de septiembre de 1918, se puso de manifiesto la falta de algunos libros de actas: “esta Alcaldía ignora las causas que hayan motivado la desaparición de los cuadernos de actas de aquel año [1894], punto que al posesionarse [el alcalde nuevo, Carazo] no se le entregó inventario alguno y respecto al Secretario se posesionó de la Secretaría por deficiencia del que desempeñaba no habiéndole hecho entrega del inventario”. Recordemos, en este punto que no se conservan las actas capitulares del largo período comprendido entre 1817 y 1900.

Por otra parte, a finales de la dictadura de Primo de Rivera, en diciembre de 1928, el entonces alcalde Manuel Andrés Traver propuso la creación de la plaza de archivero-bibliotecario, dotado con un haber de 3.000 pesetas anuales. En ese mismo mes, se sacó la plaza a concurso, siendo uno de los requisitos estar en posesión del título de licenciado en Filosofía y Letras.

Comisión Municipal Permanente

En la sesión de 26 de diciembre de 1928 celebrada por la Comisión Municipal Permanente se dio cuenta de la solicitud de Manuel Rodríguez Sañudo interesando ser nombrado archivero-bibliotecario, acordándose por unanimidad nombrarlo para ese cargo. Sin embargo, poco tiempo estaría al frente del archivo, pues en la sesión de 5 de junio de 1929 se nombró archivero interino al presbítero y licenciado en Filosofía y Letras Fernando Maya León (1884-1936), que es quien, finalmente, se hizo con la plaza.

En tiempos de la II República sabemos que en 1935 accedió a la plaza de archivero-bibliotecario Antonio Llopis Sancho, quien sería destituido en sesión de 16 de octubre de 1936, por anomalías en el examen de acceso a esa plaza, según se señaló. Luis Justiniano Guitard sería su sustituto interino hasta que en sesión de 1º de diciembre de 1936 dimitió, y se acordó el nombramiento de Francisco Gómez Porcel.

Tras las reformas realizadas por Juan Talavera en el edificio del consistorio, el archivo municipal quedó instalado en una habitación de la planta baja. Sin embargo, a principios de la década de 1980 era tal la documentación, que estaba repartida por otras habitaciones y en el depósito municipal. Por esas fechas era encargado del archivo Antonio Cabezuelo. Finalmente, tras la construcción del nuevo edificio (1996-1998), el archivo municipal se instaló en la primera planta del sótano, lugar en el que aún continúa.

¿Sabías que…?
Al amparo de un incipiente interés por el teatro surgido en nuestra villa en el último tercio del siglo XIX, se creó, en los primeros años de la década de 1880, la llamada Sociedad Dramática de Dos-Hermanas, siendo su miembro más destacado el médico Ricardo Flores Santamaría. La primera referencia documental que hemos encontrado de esta asociación cultural data del 17 de mayo de 1883. Desde sus inicios, el alma de esta institución fue el médico titular Ricardo Flores Santamaría, y la componían actores naturales de esta villa, quienes interpretaban dramas, comedias e incluso zarzuelas.

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