Ya sea un rey solo o el último santo, Manu Sánchez ha demostrado con creces sobre el escenario que no necesita a nadie para hacer reír al público. Se basta y se sobra él solito, como el pasado viernes noche en el auditorio municipal de su ciudad, para no parar de hablar durante dos horas y medias y conseguir que el público no deje de emitir carcajadas durante ese mismo periodo de tiempo.
Era la segunda vez que se subía al escenario del parque, tras su paso hace unos años con su primer montaje teatral, El rey solo, y Manu ha elegido su ciudad para el cierre de la gira de El último santo, su segundo montaje, que, como el anterior, era la primera vez que se presentaba en un espacio escénico abierto, con sus correspondientes adaptaciones.
Un detalle en el que no creo que se fijase el público que abarrotaba, aunque no llenase, el auditorio, ya que desde el minuto cero de la función con Manu Sánchez cantando eso de “el espectáculo debe continuar” (Show must go on), la diversión estuvo asegurada con la presentación de este santo muy peculiar, el mismísimo Satanás, que dejó claro desde el principio que no iba a dejar títeres con cabeza, eso sí, con mucho sentido del humor.
Con una escenografía y puesta en escena más cuidada, El último santo parte de un encargo que Dios le hace a este diablo, el que se “come todos los marrones”, para que, cansado de tantas injusticias, le mande un apocalipsis a la humanidad. Un fin del mundo que no sé si llegó en algún momento, pero el santo, con un estilo ingenioso, punzante, mordaz, afilado y definitivamente hilarante, dio un repaso a las Santas Escrituras, como jamás te la habían contado.
Y es que en todas las familias cuecen habas y en la de Satán no iba a ser menos, con un padre todopoderoso, una madre que vive una “experiencia religiosa” con un rubio querubín con sandalias, o un hermano Jesulito, que se mete al público en el bolsillo con sus trucos de magia. Eso sí, todo planteado para jugar siempre con la dualidad entre el bien y el mal, el paraíso o el infierno, intentando hacer ver que nada es como lo pintan y que ni el bueno es tan bueno ni el malo lo es tanto.
Un espectáculo sobre lo cotidiano
Pero todo llevado al terreno de la cotidianidad, narrando y comentando situaciones de la vida, así como hábitos y costumbres de su gente, con las que el público empatizó en todo momento, tomando para ello los pecados capitales como hilo conductor de su monólogo. Sin olvidarse, claro está, de su ciudad, «un pueblo extraordinario pero que luego llega el Valme y os vais a comer a Los Palacios«, introduciendo en la obra, con una gran maestría, continuos guiños locales que hicieron las delicias del presente.
No se salvó de su mordacidad ni las inundaciones de los subterráneos, el gran proyecto urbanístico de Entrenúcleos, el Tercer Plan Municipal de la Vivienda, así como ni el Catalino, el Paquino y hasta Anita Mari y sus aventuras cibernéticas. Pero no sólo se quedó en Dos Hermanas, sino que Manu tuvo para todos, con un montaje de lo más actual, en el que no faltaron tirones de oreja para el conflicto independentista catalán o para el terrorismo yihadista que parece que sí se ha convertido en una auténtica apocalipsis.
Por todo ello, Manu Sánchez se ha consagrado con El último santo, del que cierra por ahora el telón, como uno de los humoristas con más proyección en el escenario teatral del país. Por ello, ya trabaja en su nuevo y tercer espectáculo que verá la luz el próximo mes de octubre y que llevará por título El buen dictador. Del que se esperará una nueva visita en esta ciudad, ya que, como dijo al final del espectáculo “¡vivan y disfruten, porque no sé si existe el cielo, pero en Dos Hermanas se está en la gloria!” ¡Qué barbaridad!