LOS DISCÍPULOS de Jesús de Nazaret no tenían, en absoluto, una visión espiritualista de la misión de su maestro; más bien pecaban de reducirla a unas expectativas demasiado mundanas. Después de haber experimentado su resurrección, hablan de una manera que nos descubre su ansia de que nuestra historia cambie y se transforme. Cuando Jesús va a ascender al cielo le preguntan: ¿Es ahora cuando vas a instaurar tu Reino?
Jesús lo había dicho en sus parábolas: el Reino de Dios va a ir creciendo poco a poco, como la semilla en el campo; va a ir actuando silenciosamente, como la levadura en la masa; va a contar con la sabiduría y la prudencia de los creyentes que van a sacar del arcón lo viejo y lo nuevo, según convenga. Antes de la plenitud de la historia, el Reino va llegando desde el amor, la fe y la vida de servicio y de entrega de los creyentes y de todas las personas.
Cada vez que el amor vence al rencor en nuestra vida, cada vez que buscamos liberar a nuestros hermanos de la injusticia de este mundo, va creciendo el Reino de Dios.
Uno de los signos más necesarios en este momento para nuestra sociedad, y que muestra el crecimiento del Reino es la creación y la reivindicación por el empleo decente. Cuando un muchacho, o una madre de familia, encuentran un empleo en el que recibe un sueldo adecuado a las necesidades de nuestro tiempo, que puede conciliarlo con su vida familiar y en el que puede desarrollarse como persona, el Reino va creciendo realmente en nuestra historia. Esta ha de ser una línea de trabajo pastoral de la Iglesia.
La fe, vivida sinceramente, produce frutos de transformación verdadera de nuestra historia concreta y cotidiana.