Inmaculada Echevarría

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El tema de la eutanasia es fronterizo. Su referente inmediato es la muerte y su opuesto es la vida. Son términos y realidades no abarcables para el humano entender. Por eso se echa mano del misterio y las creencias para intentar situarlo en su justo medio, si posible fuera. La definición más sencilla de eutanasia es la que nos dan los diccionarios escolares: “acortamiento voluntario de la vida para quien sufre una enfermedad incurable, para poner fin a sus sufrimientos”. La explicación más general se refiere, sencillamente, a “la buena muerte”. 

En el mundo clásico personajes tan conocidos como Platón o Aristóteles defendieron varias formas de eutanasia. Con la llegada del cristianismo y su valoración de la vida como un bien superior se redujeron al mínimo las posibilidades jurídicas de inspiración cristiana de la eutanasia. Los siglos medios desde san Agustín de Tagaste y hasta santo Tomás de Aquino mantuvieron en general la misma orientación. Pero el de Aquino, ya en el XIII,  maduró la posición según la cual, para los temas de moralidad, y como última instancia, la conciencia individual era el último criterio válido. Esto no ha sido siempre suficientemente valorado, pero constituye nada menos que el punto central de la libertad de los creyentes en su actividades tanto laicas como religiosas.

Llegado el siglo XVI santo Tomás Moro pedía a sacerdotes y a representantes de la justicia que solicitaran la muerte para los que no tenían cura y que no tuvieran la más mínima función social en vista de su situación terminal. En el mismo siglo, el empirista Francis Bacon opinaba que es misión del médico proporcionar salud y suavizar penas y dolores tanto si la terapia conduce a la vida como si lleva a la muerte. Mucho más tarde a finales del siglo XIX, el filósofo Henri Bergson se refirió a la persona como un ser cuya naturaleza y destino no se constituyen y orientan en su totalidad ni sólo por la razón, ni por la pura experiencia. Bergson contrapone “la mirada atenta” a toda realidad, para hacer y deshacer, orientarse y contestar a nuestra propia identidad y libertad. Quizás desde esa perspectiva, Jesús habría tenido una “mirada atenta” a su Padre y a la gente y resolvió escoger, libremente, la muerte en la plenitud de su vida, para cumplir una misión trascendente.

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Es, pues, evidente que el tema no es ni claro ni fácil. La eutanasia fue tratada durante siglos en función del dolor físico y psíquico. Algunos defendieron la llamada eutanasia pasiva que elimina aquellos medios que estaban prolongando la vida. Se afirmaron muchos en la licitud de la eutanasia agónica. La eutanasia jurídica, mensurada por el criterio de los jueces. La eutanasia anestésica para moribundos y condenados a la pena capital. Otros se determinaron por la eutanasia piadosa, como los cristianos que creen que en Dios la misericordia y la piedad están por encima de la justicia.

Es preocupante, según van los progresos en la medicina, pensar que muchos estarán colgados de aparatos, indefinidamente, en los hospitales, en un futuro próximo. Y cabe preguntarse si algo semejante es ni siquiera humano. Por último en los tiempos que corren, pensadores, filósofos, bioéticos y teólogos se plantean si la vida tiene un valor absoluto o quizás llegado un cierto momento es razonable entregarla con buena muerte. ¿No tendrían los médicos algo mejor que hacer que atender a los artilugios de enfermos atados a máquinas?

Todos podremos tener nuestra opinión y ser respetuoso con la de los demás, como en el caso de Inmaculada Echevarría, porque por encima de criterios o incluso leyes, no nos es lícito dudar de la rectitud de su conciencia en su decisión. Pero el respeto no es sólo un concepto, sino, más bien, acogimiento; por eso cuando, por las razones que fueran, Inmaculada fue trasladada al hospital civil, se la estaba rechazando, con una posición intransigente, siendo así que lo que en verdad se pudiera esperar era proximidad y acompañamiento. No obstante, los Hermanos de San Juan de Dios, estuvieron con ella hasta el último final. Una vez más, los principios traicionaron a la persona. 

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