Juan 20, 19-31 Sin admiración sorprendida no hay felicidad humana. Necesitamos admirarnos, extasiarnos con las maravillas que nos rodean; que, a veces, por cotidianas, pasan desapercibidas.
La vida siempre es admirable; siempre se nos muestra como un milagro inexplicable. La biología actual ha lanzado la hipótesis del origen extraterrestre de la vida, al no poder explicar el milagro de la vida desde las condiciones que se suponen que se daban en el planeta en la época de su aparición. Apenas se dan cuenta que entre “origen extraterrestre” y “origen trascendente” hay cierta similitud. La vida, ya en un sentido más amplio, siempre nos llena de admiración y sorpresa. Y cuando hay admiración y sorpresa nos llenamos de vida.
Cuando las seguidoras de Jesús descubren la tumba vacía se llenan de admiración y alegría. Cuando Tomás descubre que el crucificado había resucitado cae postrado a sus pies reconociendo que es su Señor y su Dios. Algo inmensamente grande y sorprendente tuvo que ser la experiencia de la Vida Nueva de Jesús, ya que cada texto nos muestra matices distintos y sugerentes de la experiencia de los discípulos. Algo tan profundo que es el fundamento de la fe de la comunidad creyente desde hace dos mil años. Nosotros sólo podemos acoger su testimonio con fe. Un testimonio que no es un mero testimonio de palabra, sino que con la trasformación que experimentó su vida nos muestran la profundidad de lo que vivieron.
No digas: “nada nuevo hay bajo el Sol”; admírate a cada paso de la presencia de Cristo Resucitado que alienta la Vida desde el centro de cada persona, desde el interior de todo lo que es.