El país de los bosques
Este pequeño país centroeuropeo, que junto con Bélgica y Holanda forman el Benelux, con más de mil años de historia, se ha convertido en uno de los estados más prósperos de la Unión Europea.
El Gran Ducado de Luxemburgo, ese es su nombre oficial, perteneció a Alemania hasta el año 1848, que se convirtió en Estado independiente.
Se distinguen dos regiones: al norte el sector de las Ardenas, boscosa y fría, formado por el llamado “Oesling”; y al sur el “Gutland” con relieve en cuestas, y es donde se concentra la mayor parte de la población.
Tiene un clima continental con veranos cálidos e inviernos duros.
Luxemburgo, capital del Gran Ducado, formada por la ciudad vieja, situada sobre un risco arriba del río Alzette, desde donde se divisan valles pintorescos y la boscosa región de las Ardenas; la ciudad nueva, en el sureste. Ambas están unidas por viaductos. La ciudad vieja, que data del siglo veinte, conserva los restos de antiguos fuertes fundados por romanos y francos. El palacio ducal (1572), el edificio del ayuntamiento y la catedral gótica de Notre Dame (1613-1623). La ciudad nueva, fundada en el siglo XIX, y el suburbio nororiental de Kirchberg albergan varias instituciones de la Comunidad Europea, como el Tribunal de Justicia.
Echternach fue mi siguiente destino. Pequeña ciudad situada en la frontera con Alemania separada por un caudaloso río.
Eran las diez de la mañana cuando el autobús procedente de Luxemburgo me dejaba en su pequeña estación. Busco mi agenda en uno de los bolsillos de la mochila y pregunto por la calle de Berta. Aquí es donde vive mi amiga. Una luxemburguesa que conocí justo el año anterior en un viaje por Londres, y con la que durante ese tiempo me estuve carteando.
Andando y tras preguntar a varias personas, por fin di con el sitio. Vaya lugar, de ensueño, idílico. En lo alto de un monte y mirando hacia las montañas, Berta en su casa, esperaba mi llegada.
Tras presentarme a su familia, me alojaron en una buhardilla que se encontraba en la parte superior de la casa. Al abrir las ventanas, una leve brisa me azotó en la cara, la vista era espectacular: bosques, prados, montes y al fondo Echternach, la cual, tras algunos minutos de charla, fuimos a visitar.